El día del perro (fragmento)Caroline Lamarche
El día del perro (fragmento)

"En mi tierra, el agua está fría incluso en verano. Hace años que paso el invierno en la costa. Y me baño cada mañana. Cada mañana pasa lo mismo: la maravilla del agua fría. O mejor: la prueba, y de ahí la maravilla. Entrar es un calvario. Entrar supone una larga pausa, desnuda, con el viento, mirando las olas: cada mañana es el mismo miedo, la misma mirada hacia una masa hostil pero tan bella. Cuando el viento ya no quiere nada de mí, penetro en las olas. Es más fácil —o quizá menos difícil— escoger un día de tormenta. Así es también el Inmenso Amor: ¿nos entregaríamos a él si no tomara la apariencia de una salvajada sin nombre? Los días de tormenta entro casi con facilidad. Inmediatamente el frío me atrapa y se me bloquea la respiración mientras el corazón se pone a latir furiosamente. Entonces grito, agito brazos y piernas, sufro y me debato entre la tentación de salir del agua y el deseo de nadar un poco más para conocer una vez más el pasaje: ese breve momento donde la embriaguez se vuelve real, la circulación de la sangre se aviva y me propulsa hacia un estado próximo a la exaltación. Pero pronto la droga del frío empieza a hacer su efecto. Un bienestar se instala en mí, tan poderoso que podría morirme, dejarme lanzar y arrojar indefinidamente por las olas hasta la extenuación final. Todo estriba en salir a tiempo. Y ese momento es tan difícil de determinar como para un bebedor el de parar de beber. Demasiado pronto, no se llega a la embriaguez, y se emerge chorreando con la sensación de haber estropeado el día. Demasiado tarde, aparecen la hipotermia y los temblores a pesar de las duchas calientes y el café ardiendo. Sí, cuando el frío está en los huesos, es demasiado tarde. La excitación está ya muerta, queda solo el deseo miserable de calentarse durante todo el día.
Por eso me dirigía ese día, el día del perro, a una cita que había llamado «cita de ruptura», como se sale de un agua fría que, al fustigarnos la sangre, nos ha dado toda su fuerza y solo espera un poco más para destilar su poder de adormecimiento. Conozco la ciencia de los momentos. Parece que los hombres no la desarrollan nunca, siempre debo tenerla yo por ellos.
Tú fuiste a esa cita, estoy convencida de ello, tan confiado como si fueras al baño. Al menos esa es la idea que me hago, quizá para consolarme en cuanto a mi propio heroísmo: muchas veces es lo único que me queda cuando una historia se termina y lucho por salir adelante. Hay que dejar un amor mientras aún cocea la sangre. Después es demasiado tarde, y solo quedan el frío intenso y la tristeza del condenado.
Cuando vi a ese perro, pensé en ti, en aquello en lo que te convertirías cuando pronunciara las palabras de ruptura igual que al salir, sin mirar atrás, de un agua helada que se ha vuelto droga, se ha vuelto látigo, se ha vuelto risa en la sangre. Empezarías a correr, abandonado, correrías por delante de la muerte, sordo y ciego, con el dolor martilleándote las sienes y cubriéndote la mirada.
En realidad, no tienes nada que ver con todo esto. El perro, sí; y yo, quizá. Yo, que te abandonaba, me convertía en abandonada. Es así.
He buscado en la iconografía alguna representación que se acerque a la visión del perro en la autopista. No he encontrado nada en los libros que me regalaste cuando empezaste a trabajar como bibliotecario en el Museo de Arte Moderno. Mejor dicho, algo sí: un cuadro de Frida Kahlo que representa un pavo real de pie, corriendo, atravesado por las flechas. Aunque no se trate del mismo animal y la herida sea visible, con la sangre corriendo en abundancia por las heridas, la actitud es comparable: permanecer de pie en un estado de extrema angustia, correr en el umbral de la muerte. «Morir corriendo» también me parece el rasgo común de los animales representados en las pinturas rupestres. Pensándolo bien, el perro de la autopista se parecería más a la presa acorralada cuya belleza entera se revela en el momento de su muerte. La visión que conservo es tan emblemática como una pintura rupestre: tiene valor de exorcismo y de plegaria. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com