Ollagorda (fragmento) de Historias sicilianasGiovanni Verga
Ollagorda (fragmento) de Historias sicilianas

""Venera se puso en jarras y empezó a gritarle y a decirle improperios. Él se obstinaba en asentir con la cabeza, pegado a la pared como un buey que tiene la mosca y no quiere atender a razones. Los niños chillaban al ver aquella novedad. La mujer al final cogió la tranca y lo echó fuera de casa para quitárselo de delante, diciéndole que en su casa era muy dueña de hacer lo que le parecía y le daba la gana.
Ollagorda era incapaz de trabajar en el barbecho, pues no dejaba de pensar en lo mismo y tenía una cara de basilisco que nadie le conocía. Aquel sábado, antes del anochecer, plantó la azada en el surco y se marchó sin saldar la cuenta de la semana. Su mujer, viéndoselo llegar sin dinero, y encima dos horas antes de lo acostumbrado, lo zarandeó de nuevo y quería mandarlo a la plaza a comprarle anchoas saladas, porque tenía una espina en la garganta. Pero él no quiso moverse de allí y sujetaba entre las piernas a la niña, que no se atrevía a moverse, la pobre, y lloriqueaba de miedo viendo a su padre con aquella cara. Venera aquella tarde tenía el diablo en el cuerpo y la gallina negra, apostada en la escalera, no paraba de cacarear, como cuando va a suceder una desgracia.
Don Liborio solía venir después de sus visitas, antes de ir al café a echar su partida de tres sietes y aquella tarde Venera dijo que quería tomarse el pulso, pues había estado con fiebre todo el día porque se había puesto mala de la garganta. Ollagorda estaba callado y no se movía de su sitio. Pero al oír por la callejuela tranquilla el paso lento del doctor que venía despacito, un poco cansado de las visitas, resoplando por el calor y abanicándose con el sombrero de paja, Ollagorda fue a coger la tranca con la que su mujer lo echaba fuera de casa cuando sobraba y se apostó detrás de la puerta. Por desgracia, Venera no se dio cuenta, ya que en aquel momento había ido a la cocina a echar una un poco de leña bajo el caldero que hervía. En cuanto don Liborio puso el pie en la habitación, su compadre levantó la tranca y le atizó tal golpe entre la cabeza y el cuello que lo mató como a un buey, si necesidad de médico ni boticario. "



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