Judas Iscariote (fragmento)Leonid Andreiev
Judas Iscariote (fragmento)

"Una vez, cerca del mediodía, Jesús y sus discípulos pasaban por un camino pedregoso y de montaña privado de sombra, y como ya hacía más de cinco horas que marchaban, Jesús empezó a quejarse de cansancio. Los discípulos hicieron un alto y Pedro con su amigo Juan extendieron en el suelo sus mantas y la de sus compañeros, las amarraron entre dos piedras altas y de ese modo hicieron para Jesús una especie de tienda. Éste se echó allí para descansar del bochorno mientras sus discípulos lo entretenían con alegres charlas y bromas. Pero al ver que su charla también lo fatigaba, se alejaron a cierta distancia y se entregaron a diversas ocupaciones, poco sensibles como eran al calor y al cansancio. Uno buscaba raíces comestibles entre las piedras de la pendiente y, cuando las encontraba, se las llevaba a Jesús; otro se encaramó a las alturas para buscar pensativo el límite de la azulada lejanía, y al no distinguirlo trepaba a nuevas piedras puntiagudas. Juan halló entre las piedras una lagartija bella de tintes celestes y, con risa queda, se la llevó a Jesús sobre sus tiernas palmas; la lagartija miró a Jesús con sus ojos saltones y enigmáticos, luego escurrió su frío cuerpito por la mano cálida y fue a esconder su colita suave y agitada en la maleza.
Pedro, en cambio, no amaba las diversiones apacibles, y con Felipe se pusieron a arrancar piedras de la montaña y arrojarlas hacia abajo, compitiendo en fuerza. Los demás, atraídos por sus estentóreas risas, fueron poco a poco congregándose en torno a ellos y tomaron parte en el juego. Haciendo un gran esfuerzo, desprendían de la tierra una piedra vieja y cubierta de musgo, la levantaban alto con ambas manos y la arrojaban por la pendiente. La pesada piedra impactaba breve y torpemente y por un instante quedaba pensativa; luego daba, vacilante, un primer brinco, y cada vez que tocaba la tierra adquiría mayor impulso y fortaleza, se volvía ligera, feroz, devastadora. Ya no brincaba, sino volaba enseñando los dientes, y el aire, silbando, dejaba pasar esa mole roma y redonda. Allí, en el extremo, la piedra se elevaba en un postrer y armonioso movimiento, y tranquila, sumida en honda meditación, se desplomaba al fondo del invisible abismo. "



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