Como polvo en el viento (fragmento)Leonardo Padura
Como polvo en el viento (fragmento)

"Loreta le había advertido que llevaba años sin saber nada de sus parientes, si es que estos aún existían y vivían en Cuba, y le recordó que de su familia cercana ya no quedaba nada: sus padres —los fantasmales abuelos cubanos de Adela— habían muerto en un accidente de tránsito cuando Loreta estudiaba en la universidad, y los abuelos maternos que la habían acogido también habían muerto hacía más de veinte, poco después de su salida de la isla, y esa había sido la última relación personal que sostuvo con su lugar de origen, le repitió. La casa de sus abuelos muertos, al no tener herederos, había pasado a ser propiedad del Estado, y Loreta había sabido que albergaba ahora unas oficinas que, como siempre ocurría, ya habrían destripado la mansión. Su centro de estudios medios había sido el preuniversitario de El Vedado, y su sitio favorito, una cafetería llamada El Carmelo, dos lugares de los que no estaba segura si le gustaría que su hija le trajese fotos para ver su estado veinte años después. Y en más de una ocasión le anunció que el país imaginado por Adela era mucho mejor que el que encontraría en la realidad y le advirtió que cometía un error provocando aquella desacertada confrontación. Y así cerraba el tema.
Años después, cuando Marcos le preguntaba por la experiencia vivida en Cuba, el joven se reía con la enumeración de lugares y conocimientos que podían aparecer en cualquier guía turística: la villa colonial de Trinidad, el daiquirí en El Floridita, los mogotes y valles tabacaleros de Pinar del Río, la casa de Hemingway, el deterioro de Centro Habana y la invencible elegancia de El Vedado, el barrio donde había vivido y estudiado Loreta, lo mismo que Clara, la madre de Marcos. Además, Adela le habló de las pretensiones de llevarla a la cama de cada uno de los cubanos de menos de noventa años con quienes se relacionó, lo cual le pareció al joven lo más lógico del mundo. Estás buenísima y allá eres extranjera, mi china, le dijo.
Sin embargo, Adela había realizado otras búsquedas y tenido otros encuentros con revelaciones inquietantes que ella no tuvo capacidad de aquilatar en su verdadera trascendencia. Porque aun cuando la joven comprobó lo arduo que podía resultar encontrar información en un país casi por completo ajeno al mundo digital y donde todo era manejado como secreto de Estado (incluida la lectura de ciertos periódicos en unas arcaicas bibliotecas públicas), gracias a los contactos del profesor guía, ella había logrado consultar algunos registros del Ministerio de Educación Superior. Y allí comprobó hasta qué punto su madre tenía razón en cuanto al desorden generalizado reinante en la isla: en la relación de egresados de la Facultad de Veterinaria de La Habana del año 1982 no aparecía nadie llamado Loreta Aguirre Bodes. ¿Tanta desidia y falta de profesionalismo resultaban posibles? Quizás sí, le dijo en aquel momento su profesor guía. ¿O a su madre le habían retirado el título por haber desertado? Todo se podía esperar en Cuba, le comentaría Marcos en su momento, y para ratificarlo le narró la historia de la evaporación civil y deportiva a la que había sido sometido el Duque Hernández, su gran ídolo pelotero. En el socialismo nunca sabes el pasado que te espera, sentenció el joven.
Por muchos meses el cúmulo de experiencias vividas durante su estancia cubana y la compacta ausencia de trazas de la vida pasada de su madre se movieron como un torbellino por su cabeza. Pero los tópicos y los vacíos debieron de ayudar a que el fracaso en la búsqueda de un ancla con la que fijar el origen remoto de su madre y, con ese origen, algo de su propia identidad, apenas la afectaran como una decepción más. "



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