Intramuros (fragmento)Giorgio Bassani
Intramuros (fragmento)

"En realidad, más que de una habitación se trataba de una especie de granero construido en lo más alto de la torre almenada que sobresalía de la casa, una enorme y desangelada habitación a la que, después de haber subido no menos de un centenar de escalones y sirviéndose al final de una escalerilla de madera, se accedía directamente desde un chiscón que en tiempos había servido de trastero. Había sido el mismo Geo Josz, con el tono de quien, disgustado, se resignaba a lo peor, el primero en hablar de aquella solución de emergencia. Está bien, por el momento se adaptaría— había dicho suspirando—, pero a cambio de la posibilidad de disponer también del chiscón que había bajo el propio granero, donde… Y al llegar aquí, sin acabar la frase, había esbozado una breve sonrisa burlona y misteriosa.
Pero pronto resultó evidente que, desde aquella altura, a través de una amplia vidriera, Geo Josz podía vigilar lo que sucedía tanto en el jardín como en toda la vía Campofranco. Dado que casi nunca salía de casa, presumiblemente pasaba horas y horas mirando el vasto paisaje de tejas pardas, huertas y campos lejanos que se extendía a sus pies y su presencia continua pronto acabó convirtiéndose para los habitantes de los pisos inferiores en un pensamiento molesto y agobiante. Los sótanos de la casa de los Josz, que daban al jardín, desde los tiempos de la Brigada Negra habían sido utilizados como prisiones secretas, a propósito de las cuales, incluso después de la Liberación, se seguían contando siniestras historias en la ciudad. Pero ahora, sometidos como estaban al probable y sospechoso control del huésped de la torre, ya no podían, evidentemente, servir a esos fines de justicia sumaria y clandestina, a los que en algún momento se había pensado destinarlos. Con Geo Josz en aquella especie de observatorio y puede que, tal como atestiguaba la luz de la lámpara de petróleo que mantenía encendida desde la caída de la tarde hasta el alba, siempre alerta, incluso por la noche, uno ya no podía permanecer tranquilo un solo instante. Debían de ser las dos o las tres de la madrugada siguiente a la primera aparición de Geo Josz en vía Campofranco, cuando a Nino Bottecchiari, que se había quedado trabajando en su despacho hasta aquella hora, nada más salir a la calle se le ocurrió levantar los ojos hacia la torre. «¡Cuidadito con lo que hacéis!», advertía la luz del superviviente colgada en medio del cielo estrellado. Y así, tachándose agriamente de ligereza culpable y de aquiescencia, pero al mismo tiempo, como buen político, preparándose para encarar la nueva realidad, el futuro joven diputado se decidió, con un suspiro, a subirse al jeep.
Pero, además, se daba el caso que, a las horas más inesperadas del día, como no tardó en hacer pronto, se presentaba en las escaleras o abajo en el pórtico, pasando por delante de los partisanos reunidos allí permanentemente y con los habituales uniformes improvisados, vestido con su impecable traje de gabardine verde oliva con el que había sustituido el sombrero de piel, la cazadora de cuero y los pantalones estrechos en los tobillos con los que había llegado a Ferrara. Se marchaba sin despedirse de nadie, elegante, perfectamente afeitado, con el ala del sombrero de fieltro marrón bajada por un lado de la frente sobre el ojo frío, de hielo. Y en el silencio y el malestar que provocaba cada una de sus apariciones, fue, desde el principio, el respetado señor de la casa, demasiado educado para discutir pero firme en su derecho, al que le basta con dejarse ver para recordar al inquilino moroso y vandálico que ya está bien, que tiene que irse, quitarse de en medio. El inquilino se muestra inseguro, finge no darse cuenta de la firme protesta del propietario del inmueble que, por el momento, no abre la boca, pero es seguro que en su momento no dejará de exigirle cuentas por el suelo estropeado, por las paredes manchadas, etcétera, de modo que, mes a mes, va empeorando su posición, haciéndose cada vez más incómoda y precaria. Fue más tarde, durante las elecciones de 1948, cuando ya habían cambiado muchas cosas en Ferrara, es decir, cuando ya habían vuelto a estar como estaban antes de la guerra (mientras tanto, la candidatura del joven Bottecchiari había llegado triunfalmente a buen puerto), la Asociación Nacional de Partisanos Italianos se decidió a instalar su propia sede en tres habitaciones de la ex Casa del Fascio, en viale Cavour, donde, desde 1945, la Federación Provincial del Trabajo había abierto sus oficinas. Sin embargo, es verdad que, dada la silenciosa e implacable actividad de Geo Josz, el traslado hacía ya mucho tiempo que parecía decidido. "



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