Nacimiento y muerte del ama de casa (fragmento)Paola Masino
Nacimiento y muerte del ama de casa (fragmento)

"Doblaron a la derecha por una senda arenosa excavada por la lluvia entre las raíces de los árboles, que se cruzaban y formaban en el suelo un esqueleto sobre el que resultaba difícil caminar. Las dos mujeres se escurrían y se divertían, tenían miedo y se reían a carcajadas. El Ama de Casa se sentía incluso feliz cuando los gritos de los animales resonaban entre los troncos y la muchacha se detenía de repente, lívida de terror, y ella la ridiculizaba y la maltrataba, aunque por dentro sentía unas ganas enormes de abrazarse a ella y pedir socorro, de estar lejos de allí, con Araceli, que se pegaba a las paredes para dejarla pasar. Cuando engañaba a la joven, le parecía engañar a Dios y a toda la humanidad por Él creada; se sentía hipócrita, malvada y aun así bastante poderosa, como Satanás, y, como él, inundada de una alegría inicua, pero olvidaba que Satanás está desnudo y es hermoso y lleva alrededor de la frente un círculo de hierro con las palabras: «TRISTE HASTA EL ÚLTIMO DÍA».
Pronto llegaron a la taberna, que tenía de todo para complacer a las dos excéntricas. Oscuridad, tierra batida en lugar de pavimento, agujeros en lugar de ventanas, tabernero gordo, tabernera con los dientes saltones, asador crepitante delante del fuego y unas jetas muy feas en los taburetes. Las jetas feas eran honrados artesanos y aldeanos de la finca del Ama de Casa, muchos de los cuales, al verla entrar, se pusieron de pie de un salto y se quitaron las gorras. Pero hubo algunos que no se movieron y el Ama de Casa, aun respondiendo con educación a los cumplidos de los dueños, que habían salido a su encuentro, los observó con asombro. Y todavía con mayor asombro, después de sentarse en una mesa y beber unos sorbos de un vino especial, observó que, al entrar un forastero, los mismos hombres que se habían quedado sentados cuando entró ella se levantaban y saludaban cortésmente al desconocido; también los dueños salieron a su encuentro, lo acompañaron a una mesa y le sirvieron el vino especial. El Ama de Casa enarcó una ceja. El recién llegado la había mirado con insistencia al pasar junto a ella. Ya sentado, debía de continuar mirándola, porque el Ama de Casa notaba una molestia en la nuca que la obligó a mover el cuello como si quisiera espantar un insecto. Además, oía que la tabernera susurraba algo con él y sintió curiosidad, pero la distrajo la entrada de dos guardias. También los guardias debían de ser nuevos en el pueblo, pues saludaron con respeto al forastero, mientras que a ellas les dirigieron una mirada escrutadora y desconfiada. Estaban a punto de acercarse a preguntarles quiénes eran cuando el tabernero se precipitó con las manos extendidas para detenerlos y repitió:
—Es la señora, la patrona. Todo es suyo hasta el mar, hasta el monte. Una dama excelentísima. El terreno de las obras es, era, también suyo. Es la ínclita esposa de nuestro señor patrón.
Aunque el tabernero hablaba rápido y en voz baja, el Ama de Casa lo oyó todo y enarcó la otra ceja. Ahora tenía una cara que descompuso al buen hombre y lo obligó a dejar a los guardias para correr junto a ella. "



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