El barco de la muerte (fragmento)William Clark Russell
El barco de la muerte (fragmento)

"¿Me pregunté a mí mismo de qué tipo de barco se trataba? Afirmo que tenía una vida sobrenatural; que aquel que se hacía llamar Vanderdecken (de quien la tradición decía que era el nombre del capitán del Barco Fantasma, pese a que se había comprobado que su nombre real era Bernard Fokke) y los otros que conocí, y en especial el tal Prins, tenían algo de trasgos, algo que los llevaba lejos del radio de nuestra común humanidad, a pesar del porte majestuoso, de la noble presencia, de los tonos vibrantes del capitán, que sonaba como la música de los truenos lejanos de una tormenta veraniega, no podría poner en duda lo que yo sabía por instinto, por lo que vi y oí, incluso en las breves horas repletas de consternación que pasé en él: estaba a bordo de El Barco Fantasma, El Holandés Errante, El Buque de la Muerte, El Espectro del Mar, tal y como ha sido diversamente llamado.
Tenía tanto por lo que asombrarme que estaba a punto de caer en la idiocia. Si Vanderdecken había zarpado de Batavia en 1653, ¿por qué hablaba de ése como del año pasado? Si el Barco de la Muerte era un objeto fantasmal, impalpable y de esencia sólo espiritual, ¿cómo era esta nave tan material, tan pesada que resonaba con los ecos desquiciados de su estado, pues sólo un navío de primera clase podía soportar un combate tan duro con las olas? Si había surcado las aguas del cabo de las Agujas durante ciento cuarenta y tres años, ¿cómo es que disponía de aceite y de combustible para sus lámparas, y de ropas como las que yo vestía y como las de los hombres que lo tripulaban, y brandy, y mantas casi nuevas, como aquellas sobre las que yo yacía, y otros suministros? Pues estaba bien seguro por la jarra de brandy que el capitán sacó, que la tripulación comía y bebía como los demás mortales.
En este y en otros asuntos no podía concordar con mi convicción de que el buque a bordo del cual estaba era el barco temido por todos los hombres porque la proscripción del Gran Dios caía sobre él y transmitía a otros las desgracias con sólo el aire que inflaba sus velas. Hubiera dado todo lo que poseía (pese a que, ¡ay!, era tan poco, aunque fuese lo que perdí a bordo del Saracen) por salir a la cubierta, pero no me aventuré a ello por temor a incurrir en el disgusto de Vanderdecken. Así, por varias horas, permanecí desvelado en mi negro ergástulo de camarote mirando el abominable y fantasmagórico brillo fosfórico que se cernía sobre mí, y escuchando el soplar del viento, que creció hasta llegar a tormenta, y en percibir el furioso bandear del barco, cuyos crujidos internos ponían una nota frenética a los truenos de la galerna. Pero en ningún instante escuché una voz humana ni el eco de una pisada. Entonces me quedé dormido, pero no antes de que se levantara el alba, como pude saber por su luminosidad, que apenas era una cenicienta luz que se colaba por la escotilla y se mostraba en el resquicio por encima de la puerta del camarote. "



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