El declive y la cuesta (fragmento) "Había contestado sin esfuerzo, mirando a Caifás fijamente y anulando toda clase de dudas. Era una respuesta-condena, alejada de todo reto y de toda evasión. Una respuesta que volvía ocioso cualquier comentario como no fuese el de su propia sentencia. Quedó todo el mundo en suspenso, pendiente del reo y de Caifás: «Ahora se producirá el milagro». De lo contrario, la respuesta de aquel hombre iba a fulminar de cuajo su vida. Declararse Dios, en pleno Sanedrín, era lo mismo que declararse reo de muerte. Poco a poco la palidez de Caifás se iba pigmentando de rojo. Capa y rostro eran ya una sola cosa. Y el milagro no se producía. Todo continuaba igual: la calabaza en el suelo, la vara junto a los pies desnudos, las cadenas colgando, la túnica manchada. Comenzaron de nuevo los insultos. [...] La masa volvía a su cauce. De nuevo era suya. La había recuperado cuando había estado a punto de perderla. «Un simple ademán, una pregunta». Y la presa era suya, completamente suya. Todas las bocas se abrieron para acusarlo. La sentencia fue unánime. Nicodemo y José de Arimatea se miraron asustados. Se iban. Se iban sin disimular su miedo. Lidia lloraba. Decepcionada, fracasada, y Silo se había tapado los oídos como si no pudiera soportar aquel griterío. Caifás se crecía. La capa incompleta dejaba en él una huella arrogante. " epdlp.com |