El hombre que miraba al cielo (fragmento)Hernán Rivera Letelier
El hombre que miraba al cielo (fragmento)

"De Loredanna era fácil enamorarse. Sobre todo del sortilegio de su sonrisa. Hasta el Mirador había sucumbido. Y es que además de su belleza física, la muchacha transmigraba una luminosidad jubilosa. Tenía el don de la risa sin ella saberlo; su risa, bella como el canto de pájaro, no solo le aliviaba el dolor físico al anciano, sino que estaba cauterizando mi propia herida de amor.
En los semáforos, cuando se hallaba alegre, la Saltimbanqui usaba la esfera de cristal; cuando se hallaba muy alegre, el monociclo y la nariz de payaso. Alegre y muy alegre eran sus dos estados permanentes. Yo, en cambio, cuando me hallaba sombrío, pintaba el barco pirata; cuando muy sombrío, la Virgen y el niño.
A veces, luego de verla ensayar sus malabares en la orilla del mar, le decía a Loredanna que me gustaría llegar a dominar un arte a la perfección, ser un virtuoso. Qué lata, replicaba ella sentada frente a mí en la posición de loto, la perfección debe ser muy aburrida.
El virtuosismo no le interesaba. Si ella fuera una virtuosa del malabarismo, decía, dejaría caer una clava de vez en cuando. Solo por divertirme.
Yo recordé algo que había leído alguna vez: los antiguos calígrafos japoneses dejaban caer una manchita de tinta para destacar la perfección de su trabajo. "



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