Los Malavoglia (fragmento)Giovanni Verga
Los Malavoglia (fragmento)

"La víspera de la Ascensión, mientras los chicos saltaban alrededor de las hogueras, las comadres se habían vuelto a reunir delante del porche de los Malavoglia, y también estaba allí la comadre Venera la Cojitranca para oír lo que decían y para dar su opinión. Ahora que el patrón Toño casaba a su nieta y la Providencia había vuelto a moverse, a los Malavoglia todos les ponían buena cara, porque ignoraban lo que Piedeganso se guardaba dentro, incluida su mujer, la comadre Gracia, que charlaba con la comadre Maruca como si su marido no tuviera nada malo dentro. Toño iba todas las noches a pelar la pava con la Bárbara y le había confiado que su abuelo había dicho: «Antes se tiene que casar la Mena». «Y después me toca a mí», concluyó Toño. Por eso la Bárbara le había regalado a la Mena un tiesto de albahaca, adornado con claveles y con un lazo rojo, que era la invitación para que se convirtiera en su comadre; todos agasajaban a Santa Águeda, e incluso su madre se había quitado el pañuelo negro, porque donde hay novios, llevar luto es de mal agüero; y también le habían escrito a Lucas para darle la noticia de que Mena se casaba.
Únicamente ella no parecía tan alegre como los demás, como si el corazón le hablara y le hiciera ver todo negro, cuando los campos estaban constelados de pequeñas estrellas de oro y plata y los niños ensartaban las guirnaldas para la Ascensión, y ella misma se había subido en la escalera, para ayudar a su madre a colgar las guirnaldas en la puerta y en las ventanas.
Mientras todas las puertas habían florecido, sólo la del compadre Alfio permanecía siempre cerrada, negra y desvencijada, y ya no había nadie que colgara las flores de la Ascensión.
—¡Esa coqueta de Santa Águeda! —iba diciendo la Avispa con la boca llena de espuma—, ¡tanto ha dicho y tanto ha hecho que ha obligado al compadre Alfio a marcharse del pueblo!
Entre tanto a Santa Águeda le habían puesto el vestido nuevo y estaban esperando que llegara San Juan para quitarle la aguja de plata de las trenzas y peinarla con raya en medio antes de ir a la iglesia, de modo que todos, al verla pasar, decían: «¡Qué afortunada!».
La pobre madre, en cambio, no cabía en sí de gozo, porque su hija iba a entrar en una casa donde no le iba a faltar nada, y seguía mientras tanto con su quehacer de cortar y coser. El patrón Toño también quería ver el trabajo, cuando volvía a casa por la noche, y sostenía la tela y la madeja de algodón, y cada vez que iba a la ciudad volvía con algún regalito. Con el buen tiempo el corazón se empezaba a abrir otra vez, los chicos ganaban todos algo, unos más y otros menos, y también la Providencia se ganaba su pan y hacían cuentas que, con la ayuda de Dios, para San Juan saldrían de apuros.
Por entonces el patrón Cebolla se pasaba las noches enteras sentado en las escalinatas de la iglesia con el patrón Toño, hablando de lo que había hecho la Providencia. Blas estaba siempre dando vueltas por la callejuela de los Malavoglia, con su traje nuevo; poco después se supo en todo el pueblo que el domingo la comadre Gracia iba a peinar a la novia y a quitarle la aguja de plata, porque Blas Cebolla era huérfano de madre y los Malavoglia habían invitado adrede a la Piedeganso para congraciarse con su marido. Y habían invitado también al tío Crucifijo y a todos los vecinos, a todos los amigos y parientes, sin pensar en los gastos. "



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