El pez espada (fragmento)Hugo Claus
El pez espada (fragmento)

"La señorita Dora tiene la firme decisión de seguir viviendo hasta Navidad, cuando pueda sacar el belén, con sus figuras envueltas en papel de estraza marrón, y ponerlo en el salón.
Al llegar a lo alto de la colina le falta aliento y baja de la bicicleta. Quizás aún llegue a ver la panorámica de las granjas, las fábricas y los bosques cubiertos de nieve. En una pradera cercana unos niños están jugando con una cometa. Mandan mariposas de papel hacia un dragón ondulante y bamboleante. Mensajes hacia el cielo.
No corresponde a una profesora, pero la señorita Dora se sienta en un talud al lado de la carretera. En realidad le gustaría echar una cabezadita, en la hierba seca. Empieza a dormitar, pero enseguida abre mucho los ojos. Mientras esté asediada por aquel ejército de gusanitos voraces, ha de consagrar cada momento al Salvador.
Ahora. Piensa en su Maarten. Los tiernos principios.
Iba por el pasillo que conecta las aulas y oía la voz, cascada por los puros, del cura que, muy apropiado en estos días de enemistad entre árabes y judíos, estaba hablando de Absalón. Sonaba aburrido. No es que jamás (al menos nunca públicamente) se atreviera a criticar el estilo o la retórica de sus clases de religión, al fin y al cabo no todos estamos igualmente dotados en este mundo, como por ejemplo con una voz apropiada para el canto, pero esta monotonía mecánica y poco inspirada le parecía indigna.
En aquel instante, en aquel día sombrío, en aquel pasillo oscuro, apenas iluminado por una ventana tras la cual unas nubes deshilachadas y acuosas se tragaban el halo del sol, iba camino del tercer curso, con los que pensaba ensayar «Finestra che lucevi», cuando oyó la voz. Estrictamente no era una voz. No procedía de ninguna laringe, de ningún aliento; antes bien era su propio deseo ferviente de oír una voz lo que se convirtió en vibraciones que surgían de su propio interior, más que de la atmósfera opaca que la rodeaba, pero aun así la voz decía: «¡Ahora!», en un silencio que brotó en aquel mismo instante, como una bofetada. «Ahora», como un relámpago, el espacio de un sonido inalcanzable.
Entonces vio a Maarten Ghyselen, que teníala mejilla puesta en la puerta del aula B5, con una actitud extraña, concentrada. Había echado su larga melena a un lado para poder apretar mejor el oído contra la puerta. Incluso parecía que estaba de puntillas, con sus Nike. "



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