Tríptico de mar y tierra (fragmento)Álvaro Mutis
Tríptico de mar y tierra (fragmento)

"Un ligero rubor apareció en el curtido rostro de Obregón. Era muy pudoroso en el fondo y, a decir verdad, no recordaba haberle escuchado confesiones de ese orden. Al menos no abiertamente. Hacía tiempo que me había dado cuenta de que muchos de sus herméticos y laberínticos comentarios debían ocultar episodios sentimentales. Mi afectuosa paciencia al escucharlos le comunicaba quizás, por secretos conductos, una cierta conformidad. La verdadera amistad suele estar apoyada en tales ocultos pero eficaces vasos comunicantes.
La lluvia pasó poco rato después y nos despedimos con el mismo estrecho abrazo silencioso con el que siempre nos separábamos como si nunca más nos fuéramos a ver de nuevo. El último, que sucedió no hace mucho tiempo, lo guardo en la memoria con aflicción que no amaina.
Llegamos mi esposa y yo a Mallorca en pleno otoño, pero todavía el rebaño de turistas paseaba sus germanas opulencias por las calles de Palma y las desnudaba, para horror del sabio paisaje de la isla, en cuanta playa podía invadir. Carmen había conseguido hablar desde Barcelona con mossèn Ferran y éste nos esperaba en el aeropuerto. Allí estaba, corpulento y desgarbado, pasados de seguro sus sesenta años, dándonos la bienvenida con una cortesía un tanto campesina y dirigiéndose a mi esposa en un catalán que se esforzaba para que no tuviese una dosis muy alta de mallorquín. El diálogo, a partir de ese momento, se estableció dentro de ese código. Yo seguía, en español, entendiendo, desde luego, lo que ellos se comunicaban, gracias a mi entrenamiento de más de un cuarto de siglo de estar casado con catalana. Me llamó singularmente la atención el expresivo rostro del párroco, con sus espesas cejas oscuras, su boca de labios delgados, siempre con la sonrisa espontánea y ligeramente irónica de quien ha vivido ya lo suficiente como para sólo darle importancia a lo esencial y dejar el resto de lado con indulgencia para con las miserias de nuestros semejantes. Los ojos oscuros y siempre atentos, abiertos hacia el interlocutor, denunciaban a leguas ese sustrato sarraceno de los naturales de la isla. La calurosa voz de bajo profundo del simpático clérigo daba un énfasis un tanto teatral a todo lo que decía. "



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