Viaje al Sur (fragmento)Juan Marsé
Viaje al Sur (fragmento)

"Por la tarde, a las cinco, recogemos el equipaje y alquilamos un taxi para ir a San Fernando, y de allí, a Chiclana. G. G. nos acompaña para presentarnos a un amigo suyo, bodeguero y gran admirador de los poetas gaditanos. Nada más salir de Cádiz, empieza a llover torrencialmente. El coche corre a buena velocidad. A ambos lados de la carretera vemos las salinas y el mar gris, aplastado bajo la lluvia.
En San Fernando sigue lloviendo, por lo que decidimos meternos en un café y esperar. Inútilmente. Intentamos una salida para comprar los periódicos y volvemos calados hasta los huesos. G. G. llama por teléfono a un amigo suyo, también poeta, que viene a buscarnos con otro amigo y un coche, y juntos proseguimos viaje hacia Chiclana. Sigue lloviendo. En Chiclana nos espera el bodeguero Pepe Virués; es un hombre pequeño y barrigudo, moreno, de ojillos adormilados y sentencioso en el habla. Nos recibe en la puerta del casino Pepe Gallardo, famoso torero chiclanero. A partir de este momento, y durante toda la roche, tendremos la sensación de estar viviendo un sueño con olor a uva: a un ritmo loco, Pepe Virués —que se pirra por los intelectuales, y que había ya sido informado acerca de nosotros por G. G.— nos acompaña a una pensión y seguidamente a su bodega. Empiezo a comprenderlo todo: G. G. y Pepe han preparado una tertulia literaria —Dios nos asista— y están dispuestos a pasárselo en grande. En una salita con mostrador, nos sirven las primeras copas de manzanilla de Sanlúcar. Luego pasamos al despacho de Pepe Virués, donde seguimos con la manzanilla de Sanlúcar, y de allí pasamos a la bodega. Me sorprendió encontrarme de repente en medio de la calle, ya de noche, con mi copa en la mano y caminando junto a todos ellos. Se hablaba de vinos y de literatura mala de los años cuarenta. Para ir del despacho a la bodega hay que cruzar algunas calles, y Pepe Virués, con su copa en una mano y en la otra La Venencia, camina al frente de todos y saluda complacido a los vecinos que halla al paso.
La bodega no es muy grande, es un pequeño feudo familiar y sin duda levantado a base de grandes esfuerzos, pero actualmente le renta mucho a Pepe, que en este momento empuña La Venencia con una tímida sonrisa y muy satisfecho con su tinglado vinatero, y empieza a ofrecernos, por este orden: seco, amontillado, un moscatel y por último una auténtica pasa —un vino para los amigos, dice él— que se queda pegada al paladar. Se bebe mucho y se habla más. Libros, comunismo, el Papa, Andalucía, vinos, el país, el país, el país... Poco a poco, bajo la macilenta luz de la bodega, que cae sobre los toneles como un polvillo, la conversación se ciñe exclusivamente a política nacional en relación con la internacional —las bases de los americanos, el lento pero decidido avance del socialismo, Rusia, Cuba, etcétera—, temas que ponen en evidencia una vez más la confusión de nuestros amigos. Pepe Virués pone mucho énfasis al hablar de Juan XXIII, y se deshace en elogios para con su obra, único punto en que todos estamos plenamente de acuerdo. El chófer que nos ha traído a Chiclana se llama Agustín, de San Fernando y muy amigo de G. G. y de Pepe. Con el calorcillo del vino en el cuerpo, nos vamos en coche a beber un refresco («Una monstruosidad lo que van ustedes a hacer, beber ahora un refresco», nos dice Pepe Virués) a una venta de la carretera de San Fernando. Es idea de G. G., que no se resigna a no rematar la noche y la borrachera con alguna mujer. "



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