El cuarto sello (fragmento)Ignacio Gómez Dávila
El cuarto sello (fragmento)

"Sin esperar contestación, se lanzó de nuevo dentro de la casa.
Pieza por pieza la recorrió de nuevo, observando sus ventajas y sus comodidades; solo se detenía para comentar la necesidad de tumbar una pared o de levantar otra.
Rara vez había visto yo a Diana tan entusiasmada, y tal vez nunca le había conocido una demostración tan espontánea y sincera. Corría de un lado a otro como una chicuela en un paseo campestre y hasta lanzaba gritos de alegría cuando descubría un nuevo encanto que en su primer recorrido se le había pasado.
En todos estos alborotos la acompañaba y apoyaba Antonio; demostraba un entusiasmo igual le aconsejaba cambios y reformas.
Al principio los seguía yo por todas partes, exponiendo una sonrisa benévola de buen padre, pero sin entrar a considerar por un momento que aquello fuese posible, hasta que su mismo entusiasmo se me contagió en parte y poco a poco principié a pensar de un modo distinto. Vi por primera vez la belleza del paisaje y de la vista que dominaba la casa; era un valle verde, cruzado por dos ríos, que se extendía por kilómetros hasta juntarse con la cordillera que se elevaba derecha y majestuosa. Luego, la paz que envolvía todo ese lugar me hizo el efecto de un sedante en mi alma turbulenta y, tal vez, la influencia romántica de vivir en la casa donde habían nacido mis antepasados, y de conocer leyendas relativas a estos y a mil personajes pintorescos que poblaron mi alcoba de niño, vinieron entonces a contribuir a aceptar como posibilidad los deseos de Diana.
Sin darme cuenta, principié yo también a hacer observaciones relativas a arreglos y decoración, y llegué hasta sacar papel y lápiz y hacer apuntes para un memorándum. Más de tres horas empleamos en aquel juego y no abandonamos el sitio hasta que las sombras de la noche nos obligaron a retirarnos.
Durante los días siguientes, Diana no me dio paz ni descanso; continuamente estaba tras de mí para que consiguiese un arquitecto y lo comisionara para ejecutar las reformas de El Tejar. Aunque no era yo totalmente reacio a la idea, sin embargo, dudaba y aplazaba el asunto, pues, en cierto modo, me parecía difícil de llevar a cabo por el costo de ello y porque sería un dinero que quedaría allí estancado sin producir interés. Hoy pienso de un modo totalmente distinto del uso que se puede hacer del dinero, pero entonces, sumergido como estaba en ese ambiente de “hacer dinero”, cualquier suma que aplicara a una función diferente a la de “duplicar”, me parecía desperdiciada y tirada, y ese era el caso con la reconstrucción de la casa de El Tejar.
Dos razones vinieron a influir para que aceptase definitivamente el arreglar la casa. La primera, que resolví no dejar más tiempo esa tierra abandonada y pensé que poniéndola a producir, trabajándola con todos los métodos modernos, podría sacarle un interés considerable; por lo tanto, lo natural sería empezar por volver a hacer la casa habitable para poder trasladarnos a vivir allá. La segunda, fue que ya había principiado a cansarme y fastidiarme esa vida social insípida y tonta que llevaba y se me ocurrió que viviendo lejos de ese medio me sería más fácil zafarme definitivamente de esa mediocridad.
A los pocos días de haber tomado la resolución llamé a un arquitecto y después de haberle explicado lo que quería y de haberle dado carta blanca, la puse en contacto con Diana para que entre ellos dos hicieran los cambios y arreglos que creyese necesarios. "



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