Entre la sombra y la luz (fragmento)Mercedes Salisachs
Entre la sombra y la luz (fragmento)

"Bousset se volvió de espaldas a las célebres «figuritas» y me miró fijamente: el rostro severo, el rictus como de enfado y su porte erguido, levemente vencido hacia delante, adoptando una postura propia de un hombre entre asombrado y reverente: «Cuando su padre me habló de usted, nunca imaginé que sus alabanzas pudieran ser algo más que simples arrebatos propios de un amor de padre. Ahora comprendo que no sólo no estaba equivocado, sino que se quedó corto».
No pude contestarle. Fue Bárbara la que lo hizo por mí. «A veces las ignorancias de los que nos rodean, acaban por aniquilar las verdades más relevantes», —exclamó. Y enseguida añadió—: «Juana se mueve en un mundo totalmente opuesto al arte».
Recuerdo la mano de mi padre posándose sobre mi cabeza: «Creo que mi hija merecía la opinión de un verdadero experto. Sobre todo porque aunque ella no me lo ha dicho, seguramente había adoptado la decisión de abandonar la escultura. —Y tras una ligera pausa decretó—: Hubiera sido un crimen que renunciara a su verdadera vocación».
Roger Bousset ya no me miraba. Sus ojos de nuevo escudriñaban con atención aquel montón de trabajos que yo había arrinconado junto con los objetos que ya no servían o carecían de valor. Sin palabras, sin aspavientos, sin dar muestras de asombro, pero censurando abiertamente el holocausto al que mis obras habían sido condenadas, dijo entonces que semejante atropello se iba a acabar: «Debo mantener una larga charla con usted —exclamó y volviéndose hacia mí—: Esas joyas no merecen el destino que usted ha decretado para ellas. —Y sin alisar su ceño, siguió argumentando—: Como experto en la materia, me veo obligado a liberarlas de su encierro. Su padre tiene razón, sería un crimen que usted dejara de trabajar».
Debo admitir que al oírlo fue como escuchar un sonido musical hecho sólo de palabras. Nada era ya lo mismo en el descenso angustioso que experimenté al escuchar la confesión de mi marido. De improviso todo se volvía luz, todo se prestaba a derrumbar obstáculos, amenazas y desprecios.
No recuerdo con exactitud lo que le dije. Probablemente ni siquiera le di las gracias. Lo abracé. Lo abracé como sin duda los moribundos que Sergio resucitaba con la magia de sus manos lo abrazaban a él, tras recobrar el derecho a vivir.
Eso era lo que yo experimentaba en aquellos momentos: un extraño resurgir tras una larga etapa de agonía. Un saberme rescatada de no se sabía qué lugar cavernoso que olía a tumba mohosa.
Fue lo mismo que despertar en una dimensión a la que yo había ya renunciado. Sergio no estaba. En aquellos momentos Sergio y sus manejos quirúrgicos ni siquiera existían. Sólo existía una mano acariciando mis trabajos y una voz que se empeñaba en ahogar las frases que pudieran anular las que durante varios años había ido apagando cualquier resquicio de esperanza. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com