El hombre que iba para estatua (fragmento)Juan Antonio de Zunzunegui
El hombre que iba para estatua (fragmento)

"Porque don Andrés llamaba a su casa así: mi inmueble. Cuando fue a hacer escritura de la adquisición del terreno, el notario, un hombre muy entonado, le preguntó si pensaba construir un inmueble, y don Andrés, que era persona muy fina, vaciló un poco, porque, la verdad, cuarenta años vendiendo ferretería no le habían dado solaz para precisar en la semántica del vocablo, pero dijo que sí porque le pareció que era distinguido decirlo.
Más tarde le quedó la palabra pegada a los rinconcillos de la boca y hasta le pareció que la finca valía un poco más llamándola mi inmueble.
Porque don Andrés, eso sí, aquel inmueble se lo había ganado por las buenas.
Oriundo de un pueblecito de La Encartación, su padre trabajaba en una mina de hierro a roza descubierta. Entre huelgas y paro por las lluvias apenas si entraban al año ciento cincuenta días..., luego los hijos numerosos.
Cuando tuvo uso de razón, el padre se lo dio por la manutención y el vestido a un ricacho del pueblo que poseía en Madrid un negocio de ferretería.
Era entonces la capital, allá por el setenta, un lugarón destartalado.
El dueño tenía el comercio en la calle del Carmen, muy cerca de la Puerta del Sol, y una hijuela en el Rastro.
En la sucursal vendía también ferralla, pues se solía quedar con los balconajes, rejas y puertas de algunos derribos.
Andrés era un muchachito serio y espabilado.
Al principio abría la tienda y regaba el suelo y el delantal de acera haciendo ochos con un embudo de canal estrecho, para matar el polvo y barrer más limpiamente.
Entrada la mañana empezaba a llevar los encargos. Si eran pesados se ayudaba de un carrito de mano.
Así el Madrid callejero se le fue metiendo de rondón por los ojos...; pero le andaba en la cabeza un pensamiento ambicioso que no le consentía perder el tiempo en infantiles juegos.
Tenaz para el trabajo, llegaba a enfadarse con su propio cansancio, y desde chico supo cursar en la escuela del disimulo y en no darse a las cosas sino con templanza.
La tienda, con su trapicheo honradote, entonces los comerciantes se contentaban con parva ganancia, le fue curtiendo en el arte de vender con sonrisa.
Con poco más de quince años recibía a los viajantes, hace los pedidos y se entiende con los contratistas que van allí a surtirse.
Era el comercio de los más acreditados de la villa y corte. El dueño, hombre ducho, en cuanto vio las dotes de Andrés le puso quince duros de sueldo. Siguió mantenido, pero había que pagarse ahora la ropa.
El primer mes que cobró sintió con los billetes en la mano una llorosa alegría, pero se contuvo a duras penas, no fuera que le sorprendiese el patrón. Llegó a hacerse indispensable y a girar el negocio sobre él como su imprescindible quicio.
Fue mejorando de sueldo.
Hombre sobrio, parapetado tras su aldeana timidez, sus haberes fueron embarneciendo en el Banco. Sólo de cuando en cuando se permitía el libertinaje de tomar una parca merienda y asistir en la cuarta de Apolo a alguna zarzuela de Chapí, de cuya música era entusiasta.
Pero el amor es imperioso y sus destrozos van en proporción geométrica de la soledad del que los recibe. "



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