Asuntos exteriores (fragmento)Alison Lurie
Asuntos exteriores (fragmento)

"El sonsonete continúa, se repite; la cuerda gira, es un vibrante borrón en el aire, abarcando una elipsoide de espacio encantado. En su interior salta una niña, su largo pelo al viento, la falda tableada gris del uniforme de la escuela abierta en abanico por encima de sus nudosas piernas con medias de lana gris. Su expresión de espontánea concentración, la destreza y el placer se repiten en el rostro de la niña que ahora ocupa el primer lugar de la fila y se balancea al ritmo machacón de sus zapatos sobre el alquitrán húmedo. Durante su observación, la sensación más intensa que experimenta Vinnie —mucho más intensa que el interés profesional o un temblor cada vez que el sol se desliza bajo una nube— es la envidia.
Dado que es una autoridad en literatura infantil, la gente presupone que Vinnie debe adorar a los niños, y que el hecho de no tener hijos propios debe ser una tragedia. En nombre de las relaciones públicas, rara vez niega categóricamente estas suposiciones. Pero la verdad es muy distinta. En su opinión, la mayoría de los niños contemporáneos —en especial los norteamericanos— son competitivos, insensibles, estrepitosos y necios, al tiempo ahítos e ignorantes como resultado del exceso de televisión, «canguros», publicidad y videojuegos. Vinnie quiere ser una criatura, no tener una; no está interesada en el rol maternal, sino en una ampliación o recuperación de la que para ella es la mejor etapa de la vida.
La indiferencia por los niños reales es bastante corriente entre los expertos del mismo campo que Vinnie, y no desconocida entre los autores de literatura juvenil. Como a menudo ha señalado en sus clases, muchos grandes escritores clásicos tuvieron una infancia idílica que concluyó demasiado pronto, con frecuencia traumáticamente. Carroll, Macdonald, Kipling, Burnett, Nesbit, Grahame, Tolkien... y la lista podría ser más larga. El resultado de tan prematura historia parece ser una apasionada nostalgia, no de los niños, sino de la propia niñez perdida.
De pequeña, también Vinnie fue extraordinariamente feliz. Sus padres tenían buen carácter, la querían y se encontraban en una posición acomodada; sus primeros once años transcurrieron en agradables y variados ámbitos semirrurales. Entonces no significaba ninguna desventaja no ser guapa, y todos los niños son pequeños. Vinnie era inteligente, dinámica, estimada. Aunque su talla le impedía destacarse en casi todos los deportes, adquirió cierta autoridad a través de la confianza en sí misma y de su buena memoria para los juegos, las poesías, las adivinanzas, los cuentos y los chistes. Todo la fascinaba en aquellos tiempos: las horas en el aula y en el patio de recreo; la emocionante exploración de los terrenos cubiertos de hierbas, los callejones, los bosques y los campos; las visitas a tiendas; las excursiones y los veraneos en las montañas o junto al mar, con sus padres. Adoraba los libros —por cierto, aún prefiere la literatura infantil a la ficción adulta contemporánea. Le encantaban los juguetes, las canciones, los juegos, la primera sesión de los sábados en el cine del barrio, los programas de radio (especialmente «Annie la huerfanita» y «La sombra»). Le encantaban los días festivos, desde el primero de enero —día en que ayudaba a sus padres a brindar por el Nuevo Año recién nacido con un espumoso ponche de huevos sin alcohol— hasta las Navidades, con su meticuloso ceremonial familiar y la reunión de tías, tíos, primos y primas.
Súbitamente, cuando Vinnie tenía doce años, sus padres se mudaron a la ciudad. En la nueva escuela le hicieron saltar un curso y descubrió que había perdido todo lo que era importante en su vida para convertirse en una adolescente desaventajada; una «empollona» esmirriada, plagada de espinillas, de pecho chato y sin el menor encanto. El dolor de esta comparación es algo que nunca logró superar del todo.
Sin embargo, tal como sucedieron las cosas, Vinnie no tuvo que renunciar definitivamente a la infancia. En realidad, nadie tiene por qué hacerlo, cree Vinnie, y así lo declara. El mensaje de todas sus clases, libros y artículos —a veces explícito y más frecuentemente implícito— es que, como dice ella, debemos valorar y preservar la infancia: debemos «mimar al niño que llevamos dentro». El tema no es original, desde luego, pero sí una de las doctrinas fundamentales de su profesión.
Los anchos flecos de nubes que penden sobre su cabeza se han espesado; el edificio escolar, una estructura almenada de fuliginoso ladrillo Victoriano, intercepta el sol que declina. La comba saltona deja de definir su espacio mágico, cae flojamente y sólo queda de ella un trozo de vieja cuerda para tender la ropa. Mientras las niñas se disponen a partir, Vinnie las consulta para verificar algunas variaciones textuales que ha escuchado; les da las gracias y apunta sus nombres y edades. Después, guarda el cuaderno y sigue la ruta de las niñas a través del patio frío y cada vez más oscuro, cerrándose el abrigo con la mano, pensando en el té. "



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