Carta al padre (fragmento)Franz Kafka
Carta al padre (fragmento)

"Pero allí, tal y como yo lo veía de niño —esa opinión la corregí después un poco, como es natural, pero tampoco demasiado—, había unas personas extrañas que trabajaban para nosotros y que por ese motivo tenían que vivir perpetuamente atemorizadas por ti. Yo exageraba en eso, evidentemente, por suponer sin más que el efecto que causabas en la gente era tan terrible como el que causabas en mí. Si hubiese sido así, indudablemente no habrían podido vivir. Pero como eran gente adulta, casi siempre con unos nervios a toda prueba, se sacudían tranquilamente tus insultos y el daño terminaba siendo mucho mayor para ti que para ellos. Pero a mí eso me hizo no poder soportar la tienda, me recordaba demasiado nuestra propia relación: aun prescindiendo de tu interés como empresario y de tu carácter dominante, como hombre de negocios eras tan superior a todos los que han hecho su aprendizaje contigo, que no podía satisfacerte nada de lo que ellos hacían, y un perpetuo descontento de ese género era el que debías tener conmigo. Por eso yo estaba forzosamente de parte del personal, también, por cierto, debido a que no comprendía, ya por pura timidez, cómo se podía insultar así a una persona extraña, y por eso, por timidez y en mi propia defensa, quería de una manera u otra reconciliar contigo, con nuestra familia, al personal que yo imaginaba lleno de indignación. Para eso no bastaba ya una actitud normal, correcta, con el personal, ni siquiera una actitud discreta, sino que yo tenía que ser humilde, no sólo saludar el primero, sino, en lo posible, impedir que ellos respondieran al saludo. Y si yo, la persona insignificante, les hubiese lamido las plantas de los pies, todavía no habría bastado eso para compensar la manera como tú, el dueño y señor, arremetías contra ellos. Esa relación que yo empecé a tener entonces con mis semejantes siguió existiendo fuera de la tienda y posteriormente (algo parecido, pero no tan peligroso ni tan arraigado como en mi caso, es, por ejemplo, la propensión de Ottla a tratar con gente pobre, esa manera suya de confraternizar con las criadas, lo que a ti te molestaba tanto, y cosas así). Al final, la tienda casi me infundía miedo y en cualquier caso me era ajena ya mucho antes de empezar el bachillerato y, cuando lo empecé, el proceso siguió avanzando. Además, la tienda me parecía estar muy por encima de mi capacidad, ya que, como tú decías, agotaba incluso la tuya. Entonces trataste (hoy esto me conmueve y me avergüenza) de que mi aversión a la tienda, a tu obra, aversión que tan dolorosa te resultaba, tuviese también su lado un poco agradable para ti, y afirmabas que yo carecía de sentido para los negocios, que tenía ideas más elevadas en la cabeza, etc. Esa explicación, que tú te forzabas a dar, alegraba a mi madre, lógicamente, y yo también me dejé influir por ella, en mi vanidad y mi desamparo. Pero si hubieran sido realmente sólo o sobre todo esas «ideas más elevadas» las que me apartaron de la tienda (que ahora, pero sólo ahora, detesto verdaderamente y sin paliativos), habrían tenido que manifestarse de otra manera, en lugar de dejarme nadar, tranquilo y pusilánime, por las aguas del bachillerato y de la carrera de derecho, hasta que fui a parar definitivamente a la mesa-escritorio del funcionario.
Si quería huir de ti, tenía que huir de la familia, incluso de la madre. En ella siempre se podía encontrar protección, pero siempre quedaba todo en relación contigo. Ella te quería demasiado, su fidelidad y adhesión a ti eran demasiado grandes como para poder ser a la larga una fuerza moral independiente en el combate del hijo. Instinto seguro del niño, pues con los años la madre se vinculó aún más estrechamente a ti. Mientras que, en lo concerniente a su persona, mantenía su independencia dentro de unos límites muy estrictos, con gracia y delicadeza y sin ofenderte nunca seriamente, en el transcurso de los años fue aceptando a ciegas, cada vez más plenamente, si bien más con el sentimiento que con la razón, tus juicios y condenas relativas a los hijos, especialmente en el caso —grave, por lo demás— de Ottla. Indudablemente no hay que olvidar un solo momento qué molesto, qué extraordinariamente agotador ha sido el papel de nuestra madre en la familia. Se ha matado a trabajar en la casa, en la tienda, ha sufrido por partida doble todas las enfermedades de la familia, pero el coronamiento de todo ello es lo que ha sufrido en su papel de intermediaria entre nosotros y tú. Tú siempre has sido cariñoso y atento con ella, pero en ese aspecto has tenido tan poca consideración como nosotros. La hemos vapuleado sin piedad, tú por un lado, nosotros por otro. Era una distracción, no lo hacíamos con mala intención, pensábamos sólo en la lucha que librábamos, nosotros contra ti, tú contra nosotros, y nos desfogábamos en la madre. Tampoco fue una contribución positiva a la educación de tus hijos la manera como la maltratabas —por supuesto sin culpa ninguna de tu parte— por causa nuestra. Eso llegaba a justificar aparentemente nuestra —por lo demás injustificable— conducta para con ella. ¡Cuántos sufrimientos no le habremos infligido nosotros por causa tuya y tú por causa nuestra, sin contar los casos en que tú tenías razón porque nos malcriaba, aunque ese «malcriar» no haya sido seguramente en ocasiones sino un modo silencioso e inconsciente de manifestarse contra tu sistema! Por supuesto que nuestra madre no habría podido soportar todo eso si no hubiese sacado fuerzas de su amor por todos nosotros y de la felicidad que le procura ese amor. "



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