No se lo digas a Alfred (fragmento)Nancy Mitford
No se lo digas a Alfred (fragmento)

"Yo un año después. Así que todavía podemos recordar el viejo mundo tal como fue durante mil años, tan hermoso y variado, y constatar que en solo treinta se ha desintegrado. Cuando éramos jóvenes, cada país tenía todavía su propia arquitectura, sus costumbres y su cocina. ¿Cómo olvidar la primera visita a Italia? Esas casas de color ocre, todas diferentes, cada una con su propio carácter y con sus pinturas de trompe-l’oeil en medio del estucado. Raras, extrañas y fascinantes hasta para un provenzal como yo. Ahora, ¡qué monotonía! Los suburbios de las ciudades son iguales en todo el mundo, mientras que en el centro quizá sobrevivan tristemente algunos monumentos antiguos como en una vitrina de cristal. Venecia sigue siendo maravillosa, aunque los alrededores son estremecedores, pero la mayoría de las ciudades italianas han quedado sumergidas bajo los rascacielos y los amasijos de cable. ¡Hasta Roma tiene cierto aire americano! «Roma senza speranza», leí en un periódico italiano; con eso está todo dicho. —Suspiró profundamente—. Pero, como te ocurre a ti con los manzanos, nuestros hijos nunca conocieron ese mundo, y no pueden compartir nuestra tristeza. Una cosa más de las muchas que nos separan. Media una distancia enorme entre nosotros y ellos, porque hemos tenido pocas experiencias en común. Nunca en la historia el pasado y el presente habían sido tan diferentes; las generaciones nunca habían estado tan separadas como ahora.
[...]
La palabra unberufen sonó tan poco habitual en labios de Alfred, que se me quedó grabada. Ya fuera por la edad o por su nueva posición social, su carácter se estaba suavizando. El Alfred del año anterior hubiese mantenido la conversación que tuvimos en el automóvil en un tono distinto, más severo, y no hubiese dicho unberufen. Sin embargo, cuando al día siguiente, antes de comer, Katie me dijo que había una llamada personal desde Winsor, pensé que se había «unberufenado» en vano. Alfred se encontraba en el vagón de tren del bosque de Compiègne, celebrando el Armisticio; así que le dije que me pasara la llamada a mí. Sin duda algo malo había ocurrido. Recé, confusa y débilmente, para que fuese un daño moral y no físico. Durante unos segundos, hubo interferencias en la línea: «Allo Weendzor-parlez Weendzor», y me pasaron por la cabeza las especulaciones más horribles. En cuanto escuché la voz del director, indudablemente irritada pero no triste, me tranquilicé: era obvio que Charlie y Fabrice seguían con nosotros en este mundo. No se anduvo por las ramas ni intentó prepararme para las malas noticias. Me dijo que los chicos se habían ido. "



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