El asilo de los inválidos (fragmento)Egon Erwin Kisch
El asilo de los inválidos (fragmento)

"Peter Strozzi, joven aún y curtido en la guerra, se sobrepuso a las heridas. Pero no olvidó lo que le había rondado la cabeza en el campo de batalla. De vuelta en su casa de Dymokur, el 3 de agosto de 1658, con apenas treinta y dos años, redactó su testamento. Legaba su patrimonio y la finca de Hořitz a los oficiales y a los soldados que hubieran quedado inválidos por heridas sufridas en defensa de Austria, «para que puedan vivir allí y, tras la fidelidad mostrada y los arduos servicios prestados a la patria, no se vean obligados a pedir limosna, o incluso en situación de perder la vida».
Convertía así en realidad las reflexiones de aquel día en que, agonizando en suelo italiano, ansió fervientemente morir. Seis años después, el destino le concedió su deseo de la forma más bella que pueda imaginar un soldado. El 6 de junio de 1664, al poco de fracasar el sitio de Kanizsa —en el que había participado bajo el mando de Miklós Zrínyi—, Strozzi logró arrebatar al Gran visir Fazil Ahmed el puente que unía Eszék y Dárda. Durante la encendida alocución en la que encomiaba el valor de sus soldados, un proyectil turco lo alcanzó de lleno. Enmudeció y murió en el acto.
Frente al asilo de inválidos de Praga se alza el busto de Strozzi, esculpido en mármol de lasa, a la memoria de su benefactor. En un contrato del 12 de septiembre de 1729 figura que ese día se adquirió, por un precio de 35.013 florines y 20 kreuzer, «media milla de terreno al este de Praga, entre la carretera de
Silesia y la colina Žižkov». Ha pasado mucho tiempo, el asilo ya no está a las afueras de Praga y el valor de la finca se ha multiplicado por cuatrocientos. Hace apenas doce años el municipio compró, por 1.600.000 coronas, catorce hectáreas y 9.499 metros cuadrados del emplazamiento, una superficie que no llega ni
a la cuarta parte del total.
Y aquí viven los inválidos. Bueno, excepto los que están en el consejo de supervisión del Rudolfinum, de la Galería de Pinturas, del Castillo de Praga, del balneario militar de Teplice, del arsenal Vyšehrad o de los monumentos a los caídos de Chlum, Stiebohol y Kolín… Pero los demás viven en este asilo de inválidos rodeado a lo lejos por unos edificios que parecen querer guardar una distancia respetuosa. Viven despreocupados (los sanitarios se encargan de cuidarlos) y se entretienen jugando a las cartas, conversando durante el almuerzo y los paseos, intercambiando viejas hazañas, mostrando con sus muletas que todavía saben empuñar un fusil. Hasta que comienzan a toser y tienen que ser ingresados en la enfermería. Y cuando a uno de ellos lo llevan a Olšany, donde ahora se encuentra el cementerio militar, suena la banda de música del regimiento y atruena una descarga cerrada. Van a la tumba tal como han vivido: con honores militares.
No es mala jubilación. Pero debe de ser triste para alguno de los jóvenes sanitarios que se ocupan de ellos. Para ese que ahora abotona la blusa gris azulada de uno de los inválidos mientras contempla a su alrededor cómo va a transcurrir su vida futura, una vida apenas comenzada, sin preocupaciones, pero también sin esperanza. Tiene veinte años, es de Budějovice , y la larga y dura etapa de formación como trompista le ha echado a perder los pulmones. Todas las tardes, siempre a la misma hora, toma el camino que parte de detrás del asilo y enfila hacia la lejana Rožmitál.
Allí lo espera una chica. Cuando se acerca, los ojitos de la muchacha sonríen. Unos ojitos que no parecen acostumbrados a sonreír. "



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