Emperador y Galileo (fragmento)Henrik Ibsen
Emperador y Galileo (fragmento)

"NEVITA.— No sabía que el desarrollo de la guerra contra Persia pudiese infundir terror hasta los confines del universo.
URSULO.— Tienes razón. La fortuna fue contraria a nuestras armas en aquellas regiones. Pero el rumor de los grandes preparativos que hacía el Emperador Constancio para primavera, alarmó a los armenios y a otras naciones. Calcula el tiempo, señor; cuenta los días, si quieres, y di después si puede ser de otro modo. Tu marcha de Galia aquí fue verificada con velocidad maravillosa; pero el viaje de esos hombres desde las islas de la India… sería diez veces más maravilloso si… pregúntales y te dirán…
JULIANO (Pálido de cólera).— ¿Por qué me dices todo esto?
URSULO.— Porque es verdad y porque no puedo ver tu gloria hermosa y naciente obscurecida por reflejos prestados.
TEMÍSTEO.— ¡Qué lenguaje tan atrevido!
MAMERTINO.— ¡Qué atrevimiento en el lenguaje!
JULIANO.— ¿No puedes verlo, verdad? Te conozco a fondo. Os conozco a todos, antiguos cortesanos de esta corte. Lo que queréis amenguar es la gloria de los Dioses. ¿En efecto, no es glorioso que los Dioses realicen prodigios por mano del hombre? Pero vosotros detestáis a los Dioses, cuyos templos demolisteis, cuyas estatuas despedazasteis, cuyos tesoros os apropiasteis. Ni siquiera tolerasteis en secreto a Dioses infinitamente bienhechores como los nuestros. Apenas consentisteis que hombres piadosos les llevaran en el corazón. Ahora queréis también destruir el templo de gratitud que en honor suyo elevé en mi corazón. Queréis arrebatarme el pensamiento agradecido de que les soy deudor de un gran beneficio… ¿No es glorioso, en efecto, realizar tal beneficio?
URSULO.— El Dios único del cielo me es testigo…
JULIANO.— ¡El único! ¡Otra vez os lo recrimino! Siempre sois los mismos. ¡Qué intolerancia! Tomad ejemplo de nosotros. ¿Decimos que nuestros Dioses son únicos? ¿No honramos a los Dioses egipcios igual que al Jehová de los judíos que, sin duda alguna, realizó grandes cosas en su pueblo? Vosotros, al contrario, y sobre todo, tú Ursulo. ¿Es que tú eres romano y con antepasados griegos? ¡El único! ¡Atrevimiento digno de un bárbaro!
URSULO.— Has prometido no odiar a nadie por sus opiniones.
JULIANO.— Lo prometí, en efecto, pero no toleraré que os acerquéis demasiado. ¿Los embajadores no vinieron por…? En otras palabras, que el gran Dios Dionisio que tiene el poder de revelar las cosas ocultas no tiene hoy la misma facultad que en el pasado. ¿Debo tolerarlo? ¿No es insolencia que traspasa los límites? ¿No estoy obligado a pedirte cuentas?
URSULO.— En tal caso, dirán los cristianos que persigues mis creencias.
JULIANO.— Nadie debe ser perseguido por su fe. ¿Pero tengo derecho a borrar lo que vosotros cometéis por el mero hecho de ser cristianos? ¿Vuestros errores deben cubrir vuestras faltas? ¿A dónde os condujo vuestra audacia tanto en la corte como fuera de ella? ¿No adulasteis todos los vicios y os inclinasteis ante todos los caprichos? Estoy seguro que tú mismo, Ursulo, tampoco apartaste la vista. Recuerdo ese peluquero escandalosamente vestido, ese bufón que apestaba a pomada y que hace un momento me produjo asco. ¿No eres tú el tesorero? ¿Cómo pudiste ceder exigencias tan exorbitantes?
URSULO.— ¿Soy culpable por haber obedecido a mi señor?
JULIANO.— No necesito servidores tan despilfarradores. ¡Que se arroje del Palacio a los eunucos impúdicos, los cocineros, los charlatanes y los bailarines! ¡Qué se honre la sencillez decente! (A Temísteo y a Mamertino.) ¡Y vosotros, amigos míos, ayudadme! A ti, Nevita, a quien, para que puedas ostentar autoridad mayor, confiero el grado de general, te encargo que examines de qué modo cumplieron los funcionarios públicos durante el imperio de mi predecesor, y sobre todo, en estos últimos años. Podrás nombrar los hombres que necesites para que te secunden en juzgar este asunto. (A los antiguos cortesanos y consejeros.) No os necesito. Cuando, en su lecho de muerte, mi llorado pariente me nombró su heredero, me legó también el derecho de ejercer la justicia, que su prolongado estado de debilidad le había impedido ejercer por sí mismo. Volved a vuestras casas, y cuando hayáis rendido vuestras cuentas, seréis libres de ir donde os plazca.
URSULO.— ¡Dios, el Señor, te guarde y te proteja, Emperador mío! (Se inclina y se va por el foro con los antiguos cortesanos. Nevita, Temísteo y Mamertino, así como los jóvenes, se congregan en torno del Emperador.)
NEVITA.— Augusto soberano, ¿cómo agradecerte por el favor que acabas de…?
JULIANO.— No me des las gracias. Aprendí en pocos días a conocer tu fidelidad y tu buen criterio. Te encargo también que redactes la proclama relativa a la Embajada de Oriente. Escríbela de modo que los Dioses bienhechores no tengan motivo de irritarse contra nosotros.
NEVITA.— En ambas cosas obraré conforme a la voluntad del Emperador. (Se va por la izquierda.)
JULIANO.— Y ahora, mis leales, alabemos a las potencias inmortales que nos enseñaron el camino verdadero. "



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