Sueños en el umbral (fragmento)Fatema Mernissi
Sueños en el umbral (fragmento)

"Los huesos de Harun al-Rasid son polvo y el polvo se ha mezclado con la lluvia. La lluvia corre hacia el río Tigris y luego hacia el mar, donde todas las cosas grandes se hacen minúsculas y desaparecen en las olas embravecidas. Un rey francés gobierna ahora nuestra región del mundo. Su título es Président de la République Française. Tiene en París un palacio enorme llamado el Élysée ¡y tiene, oh sorpresa, una sola esposa! Ni un solo harén a la vista. Y esa única esposa se pasa el tiempo recorriendo las calles con una falda corta y un gran escote. Todos pueden mirarle el trasero y el pecho, pero a nadie se le ocurre pensar ni por un instante que el presidente de la república francesa no es el hombre más poderoso del país. El poder de los hombres ya no se mide por el número de mujeres que pueden encerrar. ¡Pero esto es noticia en la Medina de Fez porque los relojes siguen parados en la época de Harun al-Rasid! Chama saltaba entonces otra vez al diván, cerraba los ojos y volvía a esconder la cara en el cojín de seda estampada de flores. Silencio. Era una actriz excelente y a Samir y a mí nos encantaba su historia. Yo siempre la observaba atentamente para aprender a expresar los movimientos. Había que utilizar las palabras y gesticular al mismo tiempo. Pero a los demás la historia de Chama no parecía entusiasmarlos tanto. Su propia madre, Lalla Radia, se horrorizaba primero y luego se indignaba, sobre todo cuando mencionaba al califa Harun al-Rasid. Lalla Radia era una mujer culta que leía libros de historia, algo que había aprendido de su padre, que era toda una autoridad religiosa en Rabat. No le gustaba que la gente tomase a broma a los califas en general y a Harun al-Rasid en particular. —¡Oh, Alá! —exclamaba—. Perdona a mi hija, que una vez más ataca a los califas y confunde a los niños. Dos pecados igualmente monstruosos. Qué idea tan distorsionada de sus antepasados tendrán los pobrecitos si Chama sigue con esto. Lalla Radia nos pedía entonces a Samir y a mí que nos sentáramos a su lado para explicarnos la versión correcta de la historia y hacernos amar al califa Harun. —Él fue el príncipe de los califas —decía—. Él conquistó Bizancio e hizo ondear la bandera musulmana en las capitales cristianas. Insistía también en que su hija estaba completamente equivocada en cuanto a los harenes. Los harenes eran maravillosos. Todos los hombres respetables se ocupaban de que sus mujeres no tuvieran que salir a la calle, siempre tan peligrosa e insegura. Les procuraban palacios preciosos con suelos de mármol y fuentes, buenos alimentos, vestidos bonitos y joyas. ¿Qué más necesitaba una mujer para ser feliz? Sólo las mujeres pobres como Luza, la esposa de Ahmed, el portero, necesitaban salir a trabajar y ganarse la vida. Las mujeres privilegiadas se ahorraban ese trauma. A menudo Samir y yo nos sentíamos abrumados con todas esas opiniones contradictorias y procurábamos ordenar un poco la información. Los adultos eran muy desordenados. El harén tenía que ver con los hombres y con las mujeres, eso era evidente. También tenía que ver con una casa, muros, y la calle, eso también era evidente. Todo eso era bastante elemental y fácilmente comprobable: uno levanta cuatro paredes rodeadas de calles y tiene una casa. Luego encierra en la casa a las mujeres y deja salir a los hombres y obtiene un harén. Pero, ¿qué ocurriría, me atreví a preguntar a Samir, si pusiéramos a los hombres en la casa y dejáramos salir a las mujeres? Samir respondió que estaba complicando las cosas justo cuando empezábamos a entender algo. Así que acepté encerrar otra vez a las mujeres y sacar a los hombres, y seguimos con nuestra investigación. El problema era que los muros y todo lo demás servían para explicar nuestro harén de Fez, pero no servían en absoluto para echar luz sobre el harén de la granja. "


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