Una palabra tuya (fragmento)Elvira Lindo
Una palabra tuya (fragmento)

"Podía haber cogido el autobús para volver a casa pero tenía una ansiedad, un mal cuerpo, que era incapaz de ponerme a la cola a esperar debajo de la marquesina. Olía la tormenta que amenazaba con descargar de un momento a otro pero me dije que hay días en los que uno tiene que arriesgarse a lo que sea, a que le caiga un chaparrón encima. Salí en un estado tan penoso del psiquiatra que me pregunté cómo es que la gente vuelve una vez a la semana. Yo sería incapaz. Me había sentido como si me estuvieran examinando. Examen de comportamiento. Y además era muy deprimente que te pusieran en la misma sala de espera que gente tan echada a perder. Es lo que tiene lo público, que no discrimina, va a mogollón. Cayó una gota enorme, ya esa sola gota me mojó media cabeza, y a partir de ahí fue como si me estuvieran tirando cubos de agua encima. Yo era la única criatura que iba por la acera, sin paraguas, sin prisas, dejando que la lluvia me purificara, una escena que se ha visto tantas veces en las películas y que, ahora, dada mi situación, cobraba sentido. Crucé el puente sobre la M-30, ese puente que se ha convertido con los años, inexplicablemente para mí, en paseo de madres con niños y abuelas deportistas, y me detuve en el centro a mirar los coches que pasaban por debajo. Me pareció que un coche reducía la velocidad; tal vez el conductor pensó que yo me encontraba al borde del suicidio porque incluso yo entiendo que es un poco raro que una mujer esté apoyada en la baranda de un puente cuando está diluviando. Comprendo que eso a un conductor le inquiete. Pero no estaba en mi corazón quitarme de en medio, al contrario, aunque me daba miedo volver a casa por las apariciones sentía el vértigo de la curiosidad que me provocaba imaginar cómo iba a ser mi vida a partir de ahora. Cuando me decidí a echar a andar de nuevo y cruzar el puente dejó de llover, así es la vida y el cielo se despejó iluminando la tarde como si el día fuera a tener muchas más horas de las previstas. Las cosas adquirieron esos tonos que a mí me parecen celestiales porque son los tonos con los que estaban coloreadas las ilustraciones del libro de la catequesis. Antes de torcer para casa, de pronto, me sentí poderosamente atraída por la parroquia a la que iba mi madre, cuando aún iba a algún sitio. Completamente mojada y desorientada psicológicamente, entré, me santigüé y me quedé parada frente al altar mayor, bueno, no hay que exagerar, frente al altar, porque sólo había uno y con un Jesucristo de estilo abstracto, que sabías que era un Jesucristo porque estaba pegado a una cruz, y digamos que eso es una pista importante. Claro que también sabías que aquello era una iglesia porque había un cartel en la puerta, pero podía haber sido perfectamente un hogar del pensionista. No había nadie en la iglesia, no había esas viejas de los pueblos que se pasan la vida encendiendo velas a los santos, estaba yo sola, sin saber qué hacer ni cómo rezar, porque como ya digo, mi relación con Dios es continua, yo no concentro mis conversaciones con el Señor en unas cuantas oraciones, yo hablo con él de una manera natural, sintiendo su presencia constante. Si piensas como yo y como algunos teólogos, que Dios está contigo siempre, qué sentido tiene dirigirte a él de pronto, en un lugar y en un sitio determinado, cuando se supone que camina siempre contigo. Sentí unos pasos a mi espalda y me llevé un sobresalto tal que me llevé las manos al pecho para contenerme los latidos del corazón. Sinceramente, por un momento, temí que fuera mi propia madre que había hecho acto de presencia en la iglesia, pero al ver que era el cura, me dio la risa, y pensé, sin querer darle la razón al doctor Nosecuántos, que tenía que admitir que estaba un poco obsesionada. El padre Lorenzo me dijo, vaya, vaya, qué sorpresa, Sagrario, ¿cómo estás?; pues empapada, le dije, y no le corregí mi nombre porque me pareció feo de entrada. "


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