Dos puntas de flecha (fragmento)Rebecca Solnit
Dos puntas de flecha (fragmento)

"Una vez amé a un hombre que era muy parecido al desierto, y antes de eso amé el desierto. No era por cosas concretas, sino por el espacio entre ellas, por esa abundancia de ausencia, esa es la atracción que ejerce el desierto. La geología que en otros paisajes más exuberantes está debajo de la vegetación queda a la vista en el desierto, lo que le confiere una elegancia como la de un esqueleto, al tiempo que de sus duras condiciones —las enormes distancias hasta el agua, los múltiples peligros, el calor y el frío extremos— le recuerdan a una su mortalidad. Pero el desierto está hecho ante todo de luz, al menos para los ojos y para el corazón, y una enseguida descubre que esas montañas que se alzan a treinta kilómetros de distancia son un color rosa al amanecer, del verde de los arbustos al mediodía, azules al atardecer y cuando están cubiertas de nubes. La luz no deja ver esa dureza huesuda de la tierra, transita por ella como las emociones por un rostro, y por eso el desierto está profundamente vivo: a las montañas parece cambiarles el humor a cada hora, los lugares que al mediodía son anodinos y sobrios se llenan de sombras y de misterio con el atardecer, la oscuridad se convierte en un embalse del que beben los ojos, las nubes anuncian lluvia, lluvia que llega como la pasión y se va como la redención, lluvia acompañada de truenos, de rayos, de aromas, pues es tal la pureza de este lugar que, con la humedad, el agua, el polvo y los distintos arbustos tienen todos un color propio. Lo que da vida al desierto son las fuerzas primarias de la piedra, el clima, el viento, la luz y el tiempo, y en él la biología sólo es una invitada inoportuna que tiene que arreglárselas sola, dorada, eclipsada y amenazada por sus anfitriones. "


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