Génie la loca (fragmento)Inès Cagnati
Génie la loca (fragmento)

"Después de aquella tarde en que me había dicho «buenas tardes, preciosa», el albañil dejó de estar allí sentado al pie del cedro de la curva silbando sin cesar. Al regresar del colegio, cuando vi que no estaba, me detuve un momento para mirar bien por todas partes. Me senté respirando con calma; el viento fresco susurraba entre las agujas del cedro. Disponía de tiempo. Ella seguía trabajando en casa del alcalde y no regresaría antes de la medianoche.
Luego caminé hacia casa escuchando el perfume de los hinojos silvestres de la cuneta.
Las otras tardes volví a sentarme al pie del cedro para escuchar el viento y de nuevo caminé tranquilamente por los caminos, sin apresurarme, con el perfume de los hinojos. Alguna que otra vez, incluso, me detenía en la linde de los trigales para hacer un ramo de gladiolos salvajes pequeños. Regresaba a casa, los colocaba en una jarrita encima de la mesa. A continuación, esperaba a que ella volviera a la vera del camino hasta bien entrada la noche. Los sauces locos del río se agitaban.
La última de aquellas tardes, di un rodeo para ir a ver las siringas en el más hermoso jardín del pueblo. Me detuve delante de los barrotes verdes de la entrada y las contemplé de lejos. Hacía entonces una tarde tan agradable y estaba tan contenta que me acerqué y las miré muy de cerca desde la entrada. De niños no sabemos ciertas cosas. Para no seguir viendo los barrotes, pasé la cabeza entre ellos y pude contemplar las siringas sin barrera alguna.
El jardinero me vio. Durante un instante se quedó medio erguido clavándome la mirada. No me moví. No quería hacer nada malo. Tan sólo quería contemplar las flores sin barrera alguna, sencillamente, tranquilamente, porque hacía una tarde más agradable que de costumbre.
El jardinero se agachó, cogió tierra, se irguió de nuevo y, girado hacia mí, amasó la tierra con sus manos para hacer una bola, alzó el brazo y lanzó la bola de tierra contra la entrada, donde yo tenía la cara. El terrón estalló en mi cabeza, y una lluvia de tierra se derramó sobre mí.
Cuando volví a abrir los ojos, el jardinero amasaba otro terrón. Despacio, retiré la cabeza de entre los barrotes y caminé. No corrí ni nada. El terrón me estalló en la espalda.
En casa me lavé en un cubo cerca del viejo pozo negro sin brocal. Acto seguido, me senté a esperarla apoyada en la pared. Escuchaba a los sauces murmurar al aire. "



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