Pegar la hebra (fragmento)Miguel Delibes
Pegar la hebra (fragmento)

"La idea que tenemos del cine, si la relacionamos con la novela, conlleva, como digo, la idea de poda. Adaptar al cine, convertir en una película de extensión normal una novela de paginación normal, obliga inevitablemente a sintetizar, porque la imagen es incapaz de absorber la riqueza de vida y matices que el narrador ha puesto en su libro, lo que quiere decir que no es equitativo que la relación entre palabra e imagen se establezca en la proporción de una a mil. Susan Sontag, aparte el problema de la extensión, ve en el fenómeno de adaptación de una novela al cine la cuestión, para ella insoluble, de que el filme asuma la calidad literaria del libro, problema que, para mí, deja de serlo desde el momento en que, de lo que se trata, es de contar la misma historia mediante un instrumento distinto, esto es, la calidad literaria sería sustituida en el cine por la calidad plástica, cosa que no siempre sucede pero es a lo que se aspira. De este modo, el problema número uno en este tipo de adaptaciones y prácticamente el único (contando con que el cine va a darnos una versión de la historia distinta de la literaria) es el de la extensión. Para la misma Susan Sontag, la extensión ideal para hacer una película de un libro serían los cuarenta o cincuenta folios, y cita, como ejemplo de su aseveración, el filme La señora del perro sobre un cuento de Chejov, llevada al cine con el título de Ojos negros. A mi entender, si lo que pretendemos es que el director nos dé su personal visión sobre un tema, es decir, haga su propia obra, hay que concederle un mayor margen de libertad. Forzarlo a aprovecharlo todo implicaría agarrotarlo, regatearle la condición de creador. Quiero decir con esto que, a mi juicio, el material literario sobre el que va a operar un director de cine no debería ser demasiado largo pero tampoco demasiado breve. Una novela larga (corta) tal vez fuese lo pertinente. No un roman ni una nouvelle, sino un roman poco extenso. Mi limitada experiencia cinematográfica me enseña que de un roman, de una novela larga, el adaptador no puede darnos sino una síntesis o una visión parcial. Ante una novela extensa se le abren dos caminos: o conservar el hilo conductor del relato y omitir las adherencias (escenas complementarias, personajes secundarios, matices anecdóticos) o filmar, únicamente, un fragmento cronológicamente limitado y olvidarse de los demás. La primera vía, aunque más ambiciosa, supone la destrucción de la novela base, incluida la estructura, mas optar por la segunda, aunque más respetuosa, comporta el inconveniente de que, ante la película, el lector-espectador se sienta lógicamente defraudado: en la novela ocurrían más cosas.
Giménez, Rico, autor de Retrato de familia, adaptación fílmica de mi novela Mi idolatrado hijo Sisí, resolvió de esta última manera el problema que le planteaba la paginación del libro. Yo entiendo que para resumir en un filme de cien minutos una obra de más de trescientas apretadas páginas (y dando por supuesto que una imagen no puede cargar con mil palabras) la solución ética es ésta: utilizar una parte y dejar intacto el resto. De los tres libros, de más de cien páginas cada uno, de que constaba mi novela, Giménez Rico únicamente utilizó el tercero, con cuatro esporádicas incursiones a los dos anteriores para aclarar secuencias del último. Abarcar por completo los tres libros, hubiera obligado a Giménez Rico a hacer una película de seis horas de duración, o mejor aún, un serial televisivo sin límites de tiempo.
Por eso digo anteriormente que tal vez la extensión ideal de una novela para ser adaptada íntegra al cine, sin forzar al director a moverse en una gatera (como ocurriría en el caso de un cuento largo), sería la de ciento cincuenta a doscientas páginas. Ante un libro de esta extensión, el adaptador puede contarlo todo o casi todo tras efectuar un desmochado inteligente que evite un despliegue innecesario de secuencias. Eso sí, ante doscientas páginas e incluso ante ciento cincuenta, el director sigue obligado a eliminar cosas (las imágenes no soportan todavía semejante carga a pesar del famoso dicho), generalmente escenas o personajes episódicos. Cuando Antonio Mercero estrenó La guerra de papá, versión filmada de mi novela El príncipe destronado, algún comentarista insinuó que con una novela de tan corta extensión (167 páginas) y tan rica en diálogos, el guion estaba prácticamente hecho. Y esto era cierto en parte, puesto que, a pesar de todo, había que prescindir de aquello que alargara innecesariamente el filme o rompiese su ritmo. Tengo un poco lejana esta experiencia, pero quiero recordar que el guionista eliminó tipos episódicos, como el del señor Avelino, el tendero, y escenas bastante prolongadas como la escapada de los niños al piso de la tía Cuqui para ver la televisión, porque las 167 páginas de la novela aún le venían largas. "



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