Cómo cambiar el mar (fragmento)Elizabeth Jane Howard
Cómo cambiar el mar (fragmento)

"Le dije a Van Westinghouse que no podríamos reunirnos con ellos y le pedí que le dijera a Lillian que lo sentía, pero que las cosas se habían complicado. ¿Podía cuidar de ella? Yo lo llamaría por la mañana. Por supuesto. Era uno de esos pocos hombres, como Emmanuel señaló una vez, que aprendía de las experiencias de los demás. Me volví hacia Johnnie, que tenía el aspecto de un colegial expectante a punto de saltarse las normas.
—No más whisky, para nadie, y un sitio discreto para cenar.
Y así acabó. Fuimos a cenar al Giovanni’s y lo pasamos bien. Toda la tensión y las tiranteces parecían haberse disipado y Emmanuel nos tuvo encandilados haciendo que Sally contase historias y preguntándole a Alberta qué opinaba sobre ellas, improvisando un prólogo para Johnnie al estilo de un conocido semanario americano: «El dramaturgo mestizo de arrabal, Emmanuel «Orquídeas» Joyce, trata de apuñalar los procesos artísticos autoanalíticos al sacar a los personajes de sí mismos y devolverlos vueltos del revés», etcétera. Pero sobre todo estuvo escuchando. De vez en cuando contaba alguna anécdota. Aunque dichas anécdotas eran muy breves, su forma de narrarlas las hacía irresistibles y fascinantes y estábamos todos sentados a su alrededor como un puñado de niños con los ojos como platos, pidiendo más.
No fue hasta después del sabayón, cuando ya estábamos con el café, cuando Sally empezó a hacer preguntas sobre la obra. Emmanuel contestaba y yo tenía la sensación de que estaba manteniendo una conversación definitiva consigo mismo, y también conmigo, sobre el tema. Le explicó en líneas muy generales qué tipo de obra era, la dificultad del personaje de Clemency, lo que habíamos hecho y cómo habíamos fracasado en el intento de encontrar a la actriz adecuada. Johnnie y Alberta también escuchaban, pero la atención colectiva no parecía interferir en nuestra comunicación privada. Johnnie, muy tímido, sugirió a Katie para el papel y yo dije que sí, pero que no podía hacerlo, que había intentado convencerla de nuevo esa misma tarde. Emmanuel me estaba mirando y supe que mi presentimiento —de que había llegado a una valoración final, a una conclusión— era acertado. Pensé que iba a desechar la obra, que había encontrado la razón que decía que necesitaba para hacerlo, y me debió de cambiar el color de la cara como si ese miedo fuera un bote de tinta derramada y mi cabeza el papel secante que lo absorbía...
—... así que he decidido hacer un experimento, si la víctima está dispuesta a colaborar.
Los dos nos giramos instintivamente hacia Alberta, que había permanecido muy quieta y cuyos ojos, claros y estupefactos, eran la única señal de que había entendido la sugerencia. Se hizo un largo silencio y luego dijo: —Ya sabe que no tengo ni la menor idea de actuar. "



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