El valor desconocido (fragmento)Hermann Broch
El valor desconocido (fragmento)

"Dado el calor, Richard fue al observatorio en tranvía. Se quedó de pie junto al conductor, el viento le daba de frente, los árboles de la avenida pasaban a gran velocidad. Los quioscos estaban abiertos, en el lado de la sombra había gente sentada tomando cerveza y limonadas de color amarillo y rojo. Al pasar por la piscina municipal, el vagón se quedó vacío. Se veía el agua y las cabinas, era como un hormiguero de cuerpos desnudos; como un zumbido llegaba el griterío, a veces se escuchaba el inconfundible ruido del agua cuando alguno se tiraba desde el trampolín.
Richard consideró la posibilidad de apearse. Le daba tiempo a darse un baño. Kapperbrunn en su lugar se habría bajado sin lugar a duda. Pero en tanto que se lo pensaba, arrancó el tranvía y Richard se alegró al verse liberado de tener que tomar una decisión. Mejor iría a nadar por la mañana temprano. Otto estará en el agua, por supuesto. Sale del trabajo a las cuatro, con lo cual puede haber llegado ya en bicicleta.
El tranvía vacío se cimbreaba considerablemente, y el vagón de cola traqueteaba. Adelantaron a un camión de mercancías sobre cuyos paquetes iban los mozos tumbados a la bartola; los adelantó a ellos un coche de lujo en el que viajaban dos figuras blancas asexuadas con gafas de sol. Camiones y coches se acercaban desde la dirección contraria y al instante habían pasado de largo. La llanura se extendía soleada hasta el pie de las montañas, con un brillo de cristal fruto del calor.
En la última estación había dos tranvías parados. El cobrador y el conductor estaban sentados en el banco de la pequeña sala de espera, charlando con gruesos vozarrones. Los conductores de taxis habían aparcado sus vehículos a la sombra, en la avenida lateral, y dormitaban en sus asientos. Los dos merenderos se preparaban para la velada. Las villas ajardinadas de la zona mantenían las persianas bajadas, de vez en cuando se escuchaban voces infantiles desde la sombra de algún jardín.
Lentamente, Richard recorrió las calles de las villas. En el alféizar de la ventana de un sótano, a través de la cual se veían los pulidos pies de una cama, así como una pared con imágenes de santos, había un perrillo salchicha enroscado. Al ver a Richard, le soltó un ladrido somnoliento y se le quedó mirando mientras se alejaba.
La vida era unívoca en todas partes, unívoca como Kapperbrunn, tan unívoca como el verano, un diente de la cremallera encajaba con el siguiente, tal y como establecía el horario circulaban los tranvías, tal y como establecía el horario ladraban los perros, tal y como establecía el horario se movían las estrellas. Somnoliento y silencioso giraba el espacio vibrante en torno al eje del mundo, y media luna lechosa pendía en el azul lechoso del cielo.
Miríadas y miríadas de vidas individuales, miríadas y miríadas de cosas individuales se habían agolpado a su alrededor, una aterradora piscina de cosas que se levantaban y se dejaban caer, miríadas y miríadas de vidas y cosas latían reunidas dentro de su cuerpo bañado en sudor, miríadas y miríadas fecundaban su pensamiento y caían a la nada. Richard iba poniendo un pie delante de otro, un zapato delante de otro y emprendió la subida hacia el observatorio astronómico para que su cuerpo pensante llegara allí tal y como establecía el horario. "



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