Cien noches (fragmento)Luisgé Martín
Cien noches (fragmento)

"La noche del día en que regresamos de Detroit abandoné a Claudio. Después de que me contara su historia, recogí las cosas que tenía en su apartamento y me fui a la residencia a dormir. Allí me dieron el mensaje que me había enviado la tía Lidia: al día siguiente estaría en Chicago para verme.
Me encerré en mi habitación y estuve mucho tiempo llorando. ¿Para qué quería conocer la naturaleza humana si era, en su esencia, un sumidero de mierda? ¿Para qué necesitaba investigar el comportamiento de los hombres y de las mujeres si en él solo había mentiras, desengaños y traiciones? Hojeé algunos de mis cuadernos y encontré en ellos sobre todo hipótesis candorosas y desafortunadas, pero de repente leí una que parecía haber sido escrita para ese momento: «Hay dos tipologías de personas claramente opuestas: las primeras, cuando tienen que comer un menú en el que hay platos exquisitos y platos nauseabundos, comienzan siempre por los exquisitos para evitar que puedan malograrse (a causa de una muerte imprevista, de la saciedad o de algún desastre); las segundas, por el contrario, empiezan por los platos repulsivos para poder regodearse luego en las delicias y quedarse al final con el gusto del placer. En estas dos actitudes puede resumirse casi todo el comportamiento humano. En el amor, en el sexo, en el ámbito profesional o en la creatividad artística. Yo pertenezco al segundo tipo de personas. Con la vida, sin embargo, esa elección es imposible: los platos malos del menú están siempre al final. No se puede disponer el orden.»
«Todas las historias de amor terminan mal», pensé aquella noche. «Las que parecen haber terminado bien es porque aún no han durado suficiente.» Tenía un sentimiento despiadado de cólera hacia Claudio. Deseaba que no encontrara dinero para pagar sus deudas y que los matones le dieran una paliza ejemplar. Deseaba verlo humillado y vencido. Apartado de cualquier esperanza, de cualquier afecto. Rendido ante su indigencia.
A pesar de que al día siguiente me di un baño de espuma durante una hora y luego me maquillé como una señorita de sociedad, usando corrector de ojeras, pintalabios, delineador de ojos y colorete suave en las mejillas, la tía Lidia descubrió enseguida mis amarguras. Tuve que explicarle lo que había ocurrido. Ella, para darme ánimo, me contó entre risas la historia de uno de sus antiguos amantes, un mexicano que jugaba en la ruleta apostando siempre al 12 y al 27. Canjeaba por fichas un fajo de billetes y lo perdía todo en menos de dos horas. Se iba cabizbajo, pero sin angustia. A la semana siguiente repetía la operación con más dinero y lo perdía de nuevo todo. Un día le detuvieron y encontraron —en el sótano de la casa en la que vivía— la imprenta con la que falsificaba los billetes. La tía Lidia no volvió a verle, pero conservaba diez mil pesos mexicanos supuestamente falsos y no se los entregó a la policía: se los gastó en caprichos de ropa y en unos zapatos muy caros que desde hacía tiempo quería comprar y para los que ahorraba. "



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