Carácter (fragmento)Ferdinand Bordewijk
Carácter (fragmento)

"En lo más negro del tiempo, por Navidad, vino al mundo mediante sección cesárea en la sala de parto de Róterdam el niño Jacob Willem Katadreuffe. Su madre era la sirvienta Jacoba Katadreuffe, de dieciocho años, a la que llamaban por la forma abreviada de su nombre: Joba. Su padre, el agente judicial Aren Barend Dreverhaven, un hombre que rozaba la cuarentena y ya entonces pasaba por ser el azote de todo deudor que cayera en sus manos.
La joven Joba Katadreuffe llevaba poco tiempo sirviendo en casa del soltero Dreverhaven cuando él sucumbió a su inocente belleza y ella a su fuerza. Él no era hombre dado a sucumbir: estaba hecho de granito, tenía corazón sólo en el sentido literal del término. Sucumbió aquella única vez, capitulando más ante sí mismo que ante ella. De no haber tenido la chica unos ojos tan especiales tal vez no hubiera ocurrido nada. Pero había acontecido tras varios días de furia contenida por culpa de un proyecto grandioso que Dreverhaven había ideado, montado y visto naufragar porque al final el prestamista dio marcha atrás en el último momento. O incluso pasado ese último momento, cuando ya no podía dar marcha atrás, puesto que había empeñado su palabra. No había ninguna prueba, ni un solo testigo y, como hombre de leyes que era, Dreverhaven sabía que nada podía emprender contra el incumplidor. Llegó tarde a casa, con la carta de éste en el bolsillo, una carta formulada con mucha prudencia, pero a la vez muy explícita en su negativa. Se lo había olido: en los últimos días el muy sinvergüenza supuestamente se había ausentado cada vez que lo llamaba por teléfono. Sabía que era mentira, lo sentía. Entonces, a última hora de la tarde llegó la carta, el primer y único escrito, y no había por dónde cogerla. De redacción impecable, seguro que detrás había un abogado.
Dreverhaven llegó a casa hirviendo por dentro y, en un arrebato de ira que disimuló, sometió a la joven Joba Katadreuffe. No estaba en la naturaleza de la chica sucumbir: tenía una voluntad de hierro, pero no dejaba de ser una jovencita. Lo sucedido rayó en el abuso, aunque no lo fue del todo, y ella tampoco lo consideró tal.
Se quedó con su patrón, pero dejó de dirigirle la palabra. Como él era callado por naturaleza, no se sintió molesto en absoluto. «Todo se arreglará -pensó-, y si el asunto trae cola me casaré con ella». Y se encerró a su vez en el mutismo. "



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