Gordo de feria (fragmento)Esther García Llovet
Gordo de feria (fragmento)

"Cuando regresa a la carretera, Julio no está. No solo no está Julio, sino que además se ha llevado el coche con su móvil, con las llaves de casa, con la cartera. Con todo.
Madrid está en el centro pero siempre lejos. Madrid es un horizonte virtual en realidad, sus cuatro rascacielos medievales son virtuales, la polución, virtual, las señalizaciones reflectantes en la M-30, los olivos secos, virtuales, el Hipódromo de la Zarzuela, el Palacio del Jamón, la plaza de toros de Las Ventas, todo virtual como en los videojuegos, eso piensa Castor cuando lleva hora y media caminando hacia Moncloa y le sigue pareciendo que la ciudad se desplaza cada vez más lejos.
Al final, después de cuatro horas y media, entra en la ciudad, andando, como en las películas del Oeste. Coge un taxi. Que no tiene ni idea de cómo va a pagar, así que le da al taxista un número equivocado de su casa para hacer como que sube a por dinero y poder escaparse por un patio, algo que ha visto en alguna película pero que no tiene ni idea de cómo va a hacerlo. Cuenta un par de chistes de taxistas por si el taxista lo reconoce y le deja la carrera gratis, pero el taxista es colombiano. Después, se queda dormido enseguida. El taxista colombiano lo despierta de una voz cuando llegan a Martínez Campos. Están parados a unos diez metros de su número. Son cincuenta euros. Aparcado frente a su portal, Castor ve un coche muy negro, muy largo, parece un coche de muertos. Castor se agacha en el asiento y echa un vistazo para ver si hay alguien en su interior. Y efectivamente, dentro, sentada comiendo fideos con palillos de una caja de cartón, y con la vista clavada en el portal, está la mujer china.
Castor se tira los tres días siguientes durmiendo en un sofá del WigWam. El camarero le presta pasta para comprar bocadillos y una lasaña congelada que Castor deja descongelar lenta y pacientemente sobre una mesa de cristal, va mirando el proceso entero cruzado de brazos, hasta que llega a la temperatura adecuada. Entonces, se la come. No tiene nada mejor que hacer.
Al tercer día, después de echarle valor, decide volver a casa. Se acerca a su edificio dando un rodeo, muy despacio, va disfrazado con la camisa de cachemira del camarero del WigWam, gafas de sol, gorra, etc. Es de noche. El coche de muertos no está por ninguna parte.
Sube a casa por la escalera de servicio, muy despacio, para no hacer ruido y porque no está acostumbrado a subir andado. En casa no hay nada, no hay nadie. Un silencio ligero y un silencio profundo después. Se pega una ducha, a oscuras. "



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