Los fuegos del pasado (fragmento)Ramón Díaz Eterovic
Los fuegos del pasado (fragmento)

"Me despedí de Encina con el tiempo justo para abordar el último bus a Temuco. La oscuridad había caído sobre el pueblo con la inclemencia de una lápida. El alumbrado público proyectaba sus luces con timidez y solo en la calle principal relucían las vitrinas de unos pocos pubs y restaurantes. Recordé la tesis de Líbero Quilodrán y la información de Encina sobre la eventual participación de un carabinero en la desaparición del hijo de Carmen Pitol. Parecían los círculos que se producían al tirar una piedra al lago; crecían por un segundo y casi de inmediato volvían a su origen, al punto en que la piedra había caído convertida en un rotundo golpe de silencio, de ausencia definitiva y misteriosa.
Recordé los nombres mencionados por Quilodrán antes de despedirnos. Había conversado con muchos clientes y empleados de la pizzería donde trabajaba Carmen. Tenía una veintena de retratos hablados que se parecían entre sí. Quizás no me correspondía descubrir nada nuevo, solo apuntar con el dedo a las personas que el policía no se había atrevido a inquietar con sus pesquisas y conclusiones. Aparentemente no tenía mucho que perder. No había viajado a Villarrica para quedarme. No ambicionaba poder alguno ni necesitaba lamer el trasero de nadie para conservar un empleo o un privilegio. Iba y venía por la ciudad, observando sus rincones, aprendiendo de sus sombras, ejerciendo mi oficio de testigo de tiempo completo. Para algunos, era un inútil fantasma de otras épocas; y para mí, y por sobre todas las cosas, un sobreviviente que no estaba dispuesto a traicionar sus principios, su vieja ética de solitario y justiciero.
Estaba cansado y deseaba volver al hostal. En Temuco subí a un bus que viajaba a Villarrica. Me dormí apenas posé mi cabeza en el asiento y desperté cuando el bus cruzaba el puente Leufu Lafquén, que une las orillas del río Toltén y señala el ingreso a Villarrica. La lluvia caía una vez más sobre los techos de la ciudad. Pensé dejar la investigación en el punto que estaba y volver a Santiago por unos días, aunque fuera con el tiempo justo para ver a Simenon, recorrer las calles de mi barrio y beber una copa en las pocas guaridas que dejaban en pie las picotas de las inmobiliarias y su afán de convertir los eriazos en ratoneras gigantescas. Odiaba la capital y al mismo tiempo no podía dejar de amarla. Luces y sombras de un amor apasionado que terminaría con mis huesos fantasmales recorriendo sus calles; arrastrado de un lugar a otro por la brisa que anticipaba la llegada de los inviernos. Antes de llegar al hostal, entré a un centro de llamadas telefónicas y disqué el número de Anselmo. El quiosquero se encontraba en mi departamento, con Simenon acurrucado a su lado, viendo un partido de fútbol de la liga inglesa, entre el Arsenal y Manchester City. "



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