El magnetizador (fragmento)E.T.A. Hoffmann
El magnetizador (fragmento)

"No sé de dónde provenían los extraños y maravillosos rumores que se difundieron entre los criados de la Academia y entre la gente de la ciudad. Se decía que el mayor podía conjurar el fuego y sanar enfermedades con la imposición de manos. Que solo con la mirada curaba. Pero recuerdo que un día despidió a palos a uno que pretendió que le curase por este procedimiento. Recuerdo también cómo un viejo inválido, que me servía, afirmaba abiertamente que la conducta del señor mayor era sobrenatural y contaba que muchos años antes, durante una tempestad en el mar, se le había aparecido el Enemigo Malo, quien le ofreció, no solo salvarle del peligro, sino también dotarle de una fuerza sobrehumana y de algunas facultades milagrosas, lo cual aceptó, entregándose a él. De ahí procedían los reñidos combates que tenía que sostener con el demonio, el cual se le aparecía en el jardín, ya en forma de perro negro, ya bajo la de otro animal terrible, para anunciar al mayor que, antes o después, había de sucumbir en terrible catástrofe.
Por muy necios y vanos que me pareciesen estos relatos, no podía evitar un secreto terror al escucharlos y a pesar del especial aprecio que me demostraba el mayor, al que yo correspondía con sincera adhesión, se mezclaba en el sentimiento que experimentaba hacia este hombre extraordinario un algo indefinible que me obsesionaba y que yo mismo no sabría explicar. Me parecía como si me viese obligado por un poder superior a permanecerle fiel, como si el instante en que me apartase de su sujeción fuese a ser el de mi perdición. Aunque su presencia me causaba una especie de complacencia, experimentaba también siempre cierto miedo, el sentimiento de una opresión irresistible, manteniéndome en tal tensión que me hacía temblar. Si permanecía mucho tiempo junto a él y me demostraba más amistad que de costumbre, cuando me apretaba la mano en señal de despedida, según solía hacerlo, al tiempo que me miraba fijamente contándome alguna historia extraña, yo no podía evitar aquel estado que me dejaba reducido al máximo agotamiento, hasta el punto de que parecía estar a punto de desmayarme.
Prescindiré de todas las escenas extrañas que viví con mi maestro, quien llegaba hasta a tomar parte en mis juegos infantiles y me ayudaba activamente a construir las fortalezas que edificaba en el jardín, conforme a las más estrechas reglas militares.
Así, pues, vamos al asunto. Fue la noche del 8 al 9 de septiembre del año de 17…, lo recuerdo muy bien, cuando soñé con toda la fuerza de la realidad que el mayor abría suavemente la puerta de mi habitación, se acercaba despacio a mi cama y, fijando en mí la mirada de sus negros y penetrantes ojos, me ponía su mano derecha sobre la frente, lo que, sin embargo, no me impedía verle de pie delante de mí… Suspiré a causa del miedo y del terror que me sobrecogían y él entonces me dijo con voz sorda: «¡Pobre ser humano, reconoce a tu maestro y señor! ¿Por qué te resistes bajo el yugo que inútilmente quieres sacudir? Yo soy tu dios y leo en tu interior. Todo lo que has tenido secreto, todo lo que quieres ocultarme, lo veo claro y patente. Para que no te atrevas a dudar de mí, gusano de la tierra, voy a hacer que tú mismo penetres en el secreto obrador de tus propios pensamientos».
Al instante vi brillar en su mano un instrumento punzante y sentí cómo lo introducía en el centro de mi cerebro. Proferí tal grito que me desperté bañado en sudor, próximo al desvanecimiento. Al fin logré tranquilizarme, pero un aire sofocante y pesado llenó la habitación y me pareció oír la voz del mayor que me llamaba desde lejos, pronunciando mi nombre varias veces. Atribuí esto a los efectos del espantoso sueño; salté de la cama, abrí la ventana para que el aire fresco entrase en la habitación. Pero cuál sería mi asombro cuando, a la luz de la luna, vi al mayor con su uniforme de gala, tal como se me había aparecido en el sueño, dirigirse por la gran alameda hacia la puerta principal. La abrió y salió cerrándola luego de tal forma que los goznes y cerrojos resonaron con un estrépito tal que retumbó mucho tiempo en el silencio de la noche. "



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