Padres e hijos (fragmento)Ernest Hemingway
Padres e hijos (fragmento)

"Ahora, mientras Nick iba por la carretera y oscurecía, ya había dejado de pensar en su padre. El final del día nunca se lo recordaba. El final del día pertenecía tan solo a Nick, y no se sentía bien hasta el momento en que conseguía estar solo. Su padre regresaba a sus recuerdos en otoño, o a principios de primavera, cuando había agachadizas en la pradera, o cuando veía gavillas de maíz, o cuando veía un lago, o si alguna vez veía un caballo o una calesa, o cuando veía u oía gansos salvajes, o en un acechadero de patos; al recordar aquella vez en que un águila cayó a través de la nieve arremolinada sobre un señuelo cubierto de lona, y se alzó, batiendo las alas y con las garras atrapadas en la lona. Su padre, de repente, estaba con él en huertos abandonados y en campos recién arados, en matorrales, en pequeñas colinas, o cuando había hierba muerta, siempre que partía troncos o trajinaba agua, junto a moliendas de maíz, lagares y presas, y siempre que hacía una hoguera. Su padre no había conocido las poblaciones donde él había vivido. Después de los quince años no había compartido nada con él.
Su padre tenía escarcha en la barba cuando hacía frío y en verano sudaba mucho. En la granja le gustaba trabajar al sol porque no tenía ninguna obligación de hacerlo y le encantaba el trabajo manual, aunque a Nick no. Nick quería a su padre pero detestaba su olor, y una vez tuvo que llevar un juego de ropa interior de su padre porque se le había quedado pequeña, y le dio náuseas y se la quitó y la dejó en el arroyo debajo de dos piedras y dijo que la había perdido. Le dijo a su padre lo que sentía cuando este se la hizo poner, pero su padre le contestó que estaba recién lavada. Cuando Nick le pidió que la oliera, su padre se la acercó a la nariz indignado y dijo que estaba limpia y fresca. Cuando, después de haber ido a pescar, Nick volvió a casa sin la ropa y dijo que la había perdido fue azotado por mentir.
Luego se sentó en la leñera con la puerta abierta, la escopeta cargada y amartillada, con la mirada fija en su padre, que estaba sentado en el porche leyendo el periódico, y pensó: «Puedo volarle los sesos. Puedo matarlo». Finalmente sintió que se le esfumaba la cólera y sintió náuseas de estar allí con la escopeta que su padre le había regalado. Luego se fue al campamento indio, caminando en la oscuridad, para librarse del olor. En su familia solo había una persona a la que le gustaba ese olor, una de sus hermanas. Todos los demás evitaban cualquier contacto con él. Cuando empezó a fumar dejó de tener el olfato tan fino. Lo prefería. Un olfato tan fino estaba bien para un perro de caza, pero a un hombre no le ayudaba. "



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