Permiso para vivir (fragmento)Alfredo Bryce Echenique
Permiso para vivir (fragmento)

"Algo en todo lo que le dije y no le dije y algo también en la manera en que lo dije y no lo dije debió avivar la curiosidad de Analisa o despertarle alguna simpatía por mi persona. Me dijo, en efecto, con voz tan sincera como severa, que deseaba conocerme esa misma tarde y hablar conmigo de muchas cosas, porque ella pensaba, sí, ella pensaba que muy probablemente valdría la pena que nos conociéramos. El Gordo Massa se ofreció a acompañarme, por lo del desmayo, pero yo le dije que ya había caminado al lado de esa chica sin irme de cara al suelo y que, de veras, prefería y necesitaba enfrentarme solo a la situación. Y aún recuerdo la sosegada caminata hasta casa de Analisa. No había que pasar delante de la casa de Teresa, gracias a Dios.
Analisa me estaba esperando, porque yo aún no había apoyado mi mano en el timbre y ella ya había abierto la puerta. Definitivamente el marqués y su hija no habitaban un palacio. Era una casa cualquiera de ese barrio, que más tiraba para Magdalena que para San Isidro, o sea que debía tratarse de nobles arruinados o algo así. Pero no sentí pena. Ni tampoco sentí mareo alguno, de esos más o menos preventivos, ni mucho menos me fui de bruces al suelo. No sé, pero la propia Analisa parecía impedírmelo con la seriedad de su discurso. Sus labios carnosos eran de una dolorosa belleza y, objetivamente, había alevosía y gran maldad en la forma en que su nariz respingada era mucho más bonita que la de Teresa. Pero la propia Analisa parecía impedirme desmayo alguno porque no arrugaba de pronto todita la nariz para burlarse de mis celos locos o reírse de alguna tontería que nos haría felices hasta la muerte. Porque a Teresa y a mí, por ejemplo, en nuestros días más felices, sólo nos habían interesado las cosas felices o infelices que desembocaban inexorablemente en la muerte.
Los ojos de Analisa y su pelo corto podían ser el clavo que saca otro clavo si yo ponía algo de mi parte. Si yo, por ejemplo, me concentraba mucho en una luz de neón, en una noche en el centro de Lima y en una tez muy blanca que era la de ella, aunque ella más bien tuviera la tez bastante doradita y el pelo ligeramente rubio. En fin, yo hubiera podido hacer un esfuerzo y amar nuevamente hasta la muerte a una marquesita italiana, pero ella andaba en plena época de exámenes y, aunque su uniforme escolar también era azul como el de Teresa, el asunto aquel de los exámenes como que se le había contagiado un poco, porque lo único que hacía era explicarme cosas de una insultante cotidianidad. Una tras otra le iban saliendo las más elementales verdades como en un sencillísimo examen de matemáticas que me iba recitando en un castellano bastante bien hablado. En resumidas cuentas, le encantaba la idea de tener un amigo en Lima y de que ese amigo fuera yo. Pero ni una pizca más. En Italia la esperaba su novio o ella esperaba a su novio de Italia, en Lima. «Eso, por favor, Alfredo, que quede muy claro desde el comienzo.»
Le di la mano, fingiendo el mareo de mi vida, tras haberle explicado que para mí «Era todo o nada». Yo no podía ser su amigo y nada más. Ella podía pensar y decir lo que quisiera, pero esa era la verdad: «O todo o nada, Analisa, porque yo soy así y así te miré de perfil la primera vez. Es probable que no entiendas, pero tengo que irme porque ya sé que es nada. ¿Sabes? —añadí, citando el título de un cuento que había leído en aquellos días—: Winner takes nothing. A veces el ganador nada se lleva, nada gana, Analisa.» Le tendí una mano realmente experimentada en estos duros avatares de los diecisiete años y ella me sonrió y me dijo que me deseaba muy buena suerte y que, en el fondo, admiraba mi coraje y mi sinceridad. Y entonces fue cuando sonrió como Teresa, como en una inmensa travesura. "



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