El castillo alto (fragmento)Stanislaw Lem
El castillo alto (fragmento)

"Procedente del mundo exterior hacía acto de presencia un vendedor de pasteles, que además de pasteles traía la dulzura del juego. Dos de nosotros le pagábamos diez groszy, cinco groszy cada uno, y entonces las monedas tintineaban en el bolsillo de su sucio delantal del que sacaba un puñado y decía, «par o impar». El niño que lo adivinaba tenía su premio y se lo comía en el acto. A mí no me dejaban comerlos; mi padre decía que podría intoxicarme. No le desobedecía, aunque es indudable que todos mis compañeros estaban perfectamente sanos.
A lo largo de varios metros y junto al muro del edificio se deslizaba un tubo de hormigón para drenar las aguas de la lluvia de la colina; nosotros nos descalzábamos para trepar y usarlo de tobogán, una y otra vez sin parar, hasta que sonaba el timbre de la clase. También nos dedicábamos a deformar las guías de hierro de los postes de piedra, y despedazábamos (casi diría que «roíamos») la corteza de los árboles que envolvían el patio. En otras palabras, éramos como un Abate Faria colectivo salido de una novela de Alejandro Dumas. Si de alguna manera se pudiera concentrar la energía de todos los escolares del planeta, se podría poner el mundo boca abajo y secar todos los mares. Pero antes tendría que convertir eso en algo absolutamente prohibido.
Acabo de esbozar aquí unos ensayos que se podrían titular «El instituto, una subcultura» y «El instituto, una fuerza ele mental». Pero éramos también una sociedad que se autogobernaba bajo un sistema de leyes, con un jefe elegido democráticamente. Teníamos tesorería y tesorero. Yo mismo lo fui durante un tiempo; teníamos sargentos que controlaban las clases, y una jerarquía que incluía dos posiciones especiales: el niño de mamá y el bufón de la clase. El niño de mamá se elegía por veredicto. No era algo oficial, aunque su elección era incuestionable. El candidato ideal era un niño gordo y torpe, y fácil de maltratar. No con crueldad sino únicamente recordándole su rango. Si aceptaba su papel, podía llevar una existencia perfectamente razonable. Por norma, había un niño de mamá por clase, ya que más de uno hubiera perjudicado al propio grupo. En nuestra clase esa posición la ocuparon dos niños durante varios años, pero fue la excepción que confirmaba la regla, pues eran dos gemelos, los hermanos F., que formaban una sola unidad pero con dos cuerpos: un niño de mamá pero doble. Nuestra decisión desembocó en una curiosa rivalidad fraternal que acabó enfrentando a los gemelos entre sí. Más de una vez, tras largos cuchicheos en las esquinas, acababan peleándose, pero claro está, como niños de mamá: revolcándose salvajemente, tirándose del pelo y lloriqueando.
Cuando los gemelos estaban enfermos, el puesto lo ocupaba per procura el gordinflón Z. Era increíblemente susceptible, y tenía las mejillas perfectas para ser pellizcadas. Eran unos mofletes gordos y fríos, y se convertían en el blanco ideal. El ejercicio de aplastamiento presuponía la presencia de dos atletas que se sentaban en el pupitre, uno a cada lado de la ingenua víctima, pues no podías aplastar si no era sentados en un banco, y cuando se daba la señal convenida, ellos clavaban con fuerza sus pies y se agarraban al pupitre, aplastando así a la pobre víctima entre ambos, hasta que sus costillas emitían ruiditos y los ojos parecían salírseles de las órbitas. Pero el niño de mamá no sufría una persecución insistente, pues eso se consideraba de excesivo mal gusto. "



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