Barras y estrellas (fragmento)William Boyd
Barras y estrellas (fragmento)

"Pero ¿por qué los quería vender Gage? Era esta una pregunta que él no solía formular a sus clientes: no era de la incumbencia de la empresa subastadora. Sin embargo, con frecuencia se aducían libremente algunas razones al respecto: riesgo de robo, derechos de sucesión, una mudanza; pero casi nunca se confesaba la más usual de todas: la pobreza. Henderson creyó tener sobrados motivos para sospechar que era esa la razón de la presente venta. Gage se había quedado simplemente sin blanca. Nadie negaba que hubiera sido muy rico en otro tiempo, pero el estado general de la casa era una prueba inequívoca de su urgente necesidad de dinero.
Luego se puso a pensar en cómo se pondría en contacto con Beeby al día siguiente. Freeborn había dicho que se ausentaría unos días; así que no sería difícil entenderse con Shanda para utilizar el teléfono. No le hacía mucha gracia pegarse una caminata hasta Luxora Beach cada vez que tuviera que telefonear… Y ese cretino de Duane, ¿cuándo se dignaría a ponerle la rueda? Estaba gastándose un dineral en ese cacharro precisamente para asegurarse una perfecta movilidad en estos momentos tan decisivos; y, sin embargo, ahí estaba aparcado fuera, con tres ruedas solamente y cada vez con más polvo encima.
Al pensar en que tenía que llamar a Beeby se acordó también de que el teléfono de Freeborn había estado sonando unas horas antes sin que nadie lo cogiera. Estaba seguro de que la llamada había sido para él. Pero ¿de quién, en concreto? ¿De Beeby? ¿De Melissa preguntando por Bryant? ¿O tal vez de Irene? El suave estímulo sexual que le había producido el cuadrito erótico de Gage le hizo desear con pasión la presencia de Irene. Mañana recibiría su misiva… Tenía que conseguir que viniera al Sur fuera como fuese; aquí empezarían otra vez desde cero. Por su metedura de pata de aquella noche no se podía ir la relación al garete. Le mandaría un billete de ida y vuelta Nueva York-Atlanta, reservaría para los dos la mejor habitación del hotel más lujoso y pasarían juntos tres o cuatro días sin que nadie les molestara, una vez concluido el asunto que lo había traído aquí. Imaginó el reencuentro de seis o siete maneras diferentes. Se dio cuenta de que esa noche ya no podría reconciliar el sueño. Debería levantarse y ponerse a leer, o a escribir sus impresiones sobre los cuadros. Realizó un rápido catálogo en su mente, barajando los posibles precios. Los cuadros holandeses eran simples curiosidades, y no pagarían mucho por ellos. Pero los Sisleys y los Vuillards eran de primera clase, y el Braque… De repente empezó a pensar en el padre de Gage y también en el suyo. Ambos habían muerto en Asia en el transcurso de una guerra y ambos se habían marchado al otro mundo sin conocer a sus respectivos hijos. Una curiosa coincidencia que contribuía decisivamente a que el vejete le cayera más simpático. Todavía se le empina cuando contempla ese cuadrito erótico…
Le asaltó de nuevo el pensamiento de la terrible muerte del padre de Gage. Y ¿quién le aseguraba a él que su padre no había corrido una suerte semejante? De repente encontró ridículo preocuparse tanto por la seguridad personal de su padre, como si estuviera vivo todavía y se hallara en peligro en ese momento. «Cuidado, papá», exclamó antes de regañarse a sí mismo por este absurdo sentimentalismo. De todos modos, sintió un extraño estremecimiento, como si hubiera dado un gran salto en el tiempo. Notó cómo poco a poco se iba apoderando de él una profunda sensación de tristeza, que se transformó al poco rato en verdadera ansiedad. Ojalá Gage no le hubiera contado nada. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com