El Emperador (fragmento)Ryszard Kapuscinski
El Emperador (fragmento)

"Y ahora preguntarás por Germame. Ese espíritu maligno, junto con su hermano y un tal capitán Baye de la guardia imperial, huyó de la ciudad y consiguió permanecer oculto una semana. Los tres podían moverse solo durante la noche porque inmediatamente se fijó una recompensa de cinco mil dólares por sus cabezas, con lo cual todo el mundo se lanzó en su busca, pues se trataba de muchísimo dinero. Intentaron alcanzar el sur; seguramente querían llegar a Kenia. Pero al cabo de una semana, cuando se ocultaban entre unos arbustos, sin haber probado bocado en varios días y muertos de sed —puesto que no se atrevían a hacerse presentes en ningún poblado en busca de agua y comida— fueron rodeados por unos campesinos, que los acorralaron como a alimañas a las que se quiere dar caza. Y fue entonces, según declararía Mengistu, cuando Germame decidió acabar con todo. Según la misma declaración, había comprendido que se había adelantado a la historia, que había ido demasiado de prisa en relación con otros y que si alguien, con las armas en la mano, aventaja a ésta por un paso, debe morir. Por eso seguramente prefirió decidir la propia muerte y la de todos ellos. Así que, cuando ya los campesinos estaban a punto de atraparlos, Germame disparó primero sobre Baye, luego, sobre su hermano y finalmente él mismo se pegó un tiro. Los campesinos pensaron que la recompensa se les había ido de las manos, pues se daba por entregarlos vivos, y mira por dónde, amigo mío, de pronto no veían sino tres cadáveres. Sin embargo, solo Germame y Baye estaban muertos. Mengistu, un bulto inerte, cuya cara aparecía bañada en sangre, aún respiraba. De prisa y corriendo los llevaron a la capital y trasladaron a Mengistu a un hospital. Se informó de lo sucedido a Su Majestad, quien, tras escuchar todo, dijo que quería ver el cuerpo de Germame. Satisfaciendo este deseo, se trajo el cadáver a palacio dejándolo abandonado en la escalinata que conducía a la entrada principal. Entonces el Bondadoso Señor salió de palacio y durante un buen rato permaneció inmóvil contemplando aquel cuerpo exánime. Mientras lo miraba guardó silencio; la gente que se encontraba junto a él no le oyó pronunciar palabra. Luego se estremeció y volvió sus pasos hacia el interior no sin antes ordenar a los lacayos que cerraran la puerta principal. Más tarde vi el cuerpo de Germame colgado de un árbol, frente a la catedral de San Jorge. Se había congregado allí una multitud de gente que, escarneciendo a los traidores, aplaudía y profería groseros gritos. Pero todavía quedaba Mengistu. Este, tras salir del hospital, compareció ante un consejo de guerra. Durante el juicio se comportó lleno de soberbia y, contrariamente a las costumbres de palacio, no mostró humildad alguna ni tampoco manifestó ningún deseo de conseguir con súplicas el perdón del Egregio Señor. Dijo que no temía a la muerte porque desde el momento en que había decidido enfrentarse a la injusticia y participar en el complot sabía que se exponía a morir. Añadió que había querido hacer una revolución y también que él no la vería pero que entregaba su sangre para que de ella naciera el árbol frondoso de la justicia. Lo ahorcaron el treinta de marzo, al amanecer, en la plaza del mercado. Junto con él ahorcaron a otros seis oficiales de la guardia. Estaba irreconocible. El disparo de su hermano le había arrancado un ojo y desfigurado toda la cara, que ahora se veía cubierta por una barba negra y descuidada. El ojo restante, bajo la presión de la soga, colgaba fuera de la órbita. "


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