La Rosa (fragmento)Camilo José Cela
La Rosa (fragmento)

"Mi primo Manolito y yo nos veíamos todos los días o casi todos los días. Con frecuencia, a eso de la media tarde, después de merendar, nos acercábamos a la huerta de abajo, a comer pexegos y maroucas y amorillones. El pexego es un melocotón pequeño, peludo y muy sabroso. La marouca es una cereza diminuta, de carne prieta y roja. El amorillón es nuestra fresa silvestre, tímida y aromática como la flor de la más pura miel.
El recuerdo de las humildes y delicadas frutas de mi niñez —que no eran unas frutas de exposición ni casi, casi, de mercado, pero que sí eran unos paladares íntimos y amorosos como el silbo del pajarillo montaraz— me asalta, a veces, produciéndome la infinita nostalgia de todo lo que perdí. ¡Ay, el majuelo-marzoa de carambulla-cuesco duro como el perdigón! ¡Ay, la pera barburiña que crece rodeada de la amapola-papoula de flor sangrante! ¡Ay, la mazán-manzana de la gris maceira con el tronco pintado con el viejo color de la carriza-musgo! ¡Ay, la mora-amora de la silveira, el morodo-mora del moral, el morango-fresa, el agraz ciruelo-abruñeiro, la dura noz a la que los castellanos, más modernos, llaman nuez, la avelá de color avellana y de sabor de honesta fiesta campesina!
En la huerta de abajo, con el Miño corriendo por detrás de un telón de árboles y al pie de las verdes y mansas colinas portuguesas, el abuelo tenía un vivero de árboles frutales —touzal, le llaman por el país— y una propicia sombra de membrilleros aromáticos, raros nísperos y castaños ampulosos, copudos y fecundos como matronas.
A mí me enamoraba aquel paisaje umbrío y misterioso, aquella decoración miedosa y húmeda y dulce como imaginaba por entonces que era el sueño de los pecadores, aquel sonoro y remoto mundo que poblaban el grillo y la mariposa, el ruiseñor y el jilguero, la gimnástica araña y la sedosa oruga, el mirlo azul, el verderol pintado de amarillo, la totovía con su airoso airón, mi primo Manolito y yo, el más mínimo y feliz de todos. ¡Qué firme brilla en mi memoria el tiempo aquél y cómo me acongojan, ahora que he podido escaparme de ella, los años que perdí en la ciudad, ese monstruo que inventó el demonio para uniformar las almas y los corazones!
En la huerta de abajo, una tarde que hacía mucho calor, mi primo Manolito me pegó una pedrada en la cabeza y me abrió un ojal de regular tamaño. No habíamos reñido, simplemente nos habíamos separado unos pasos y llevábamos unos minutos callados.
Al cabo de mucho tiempo, ya hombres los dos, mi primo Manolo me fue a ver al hospital militar de Logroño (a un hospital militar, provisional sin duda, instalado en la escuela de artes y oficios), donde yo estaba aburrido como un pato de corral, sin poder moverme de la cama y más muerto que vivo. "



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