Permiso para sentir (fragmento)Alfredo Bryce Echenique
Permiso para sentir (fragmento)

"Pero entonces también se podía leer que El mundo es ancho y ajeno, y también llegaría, gracias a otro gran escritor, el día en que Lima sería Lima la horrible. Y, mientras tanto, uno iba creciendo con su pequeña historia personal en medio de aquellos públicos años apacibles. ¿Terremoto en los Andes? ¡Qué diablos importaba eso! Simplemente que un día asesinaron al padre de un amigo mío, hombre político y director de un diario, y sin embargo yo lloré más porque una tía me leyó un cruel cuento para niños y le confesé ese llorar más por un libro que por un amigo huérfano al father Heil y su National Anthem. Era mi primera confesión, mi primer pecado, y entonces, por boca de mi propia apacible madre verde como aquellos años, me enteré de que aquel cura era un tejano bruto y grosero que le había dicho que me llevara donde un siquiatra antes de la primera comunión, por tener yo pecados tan raros. Por primera vez dije cura y no father y lo asocié con ominoso.
En vez de donde un siquiatra mis padres me enviaron a un colegio inglés, a corregir mi detestable acento norteamericano. Jorge VI, la futura reina Isabel e himnos de Inglaterra, The Home Fleet and The Royal Air Force. Pero el mundo seguía siendo ancho y ajeno cuando llegó para la familia el chófer Orlando Monterroso. Orlando se hizo mi amigo y la vida es múltiple, contradictoria, trágica, divertida, violenta, en fin… Orlando cuidaba tanto pero tanto los automóviles a mi papá que siempre manejaba dando enanas curvitas en las rectas para evitar cada bache que pudiera sacudir los muelles del carro de don Francisco. Pero también es verdad que, en su curvilíneo manejar el carrazo de mi viejo, me enseñaba la injusticia de las chozas, primero, y ya cuando aprendí eso, la injusticia que había entre un barrio rico y otro de medio pelo. Y así sucesivamente me fue acercando las injusticias, incluso las más chiquitas, hasta que al final me probó que yo mismo era una injusticia y me abrió la cueva de Alí Babá: la maletera del carro de mi padre. Me quedé aterrado: unas obras completas de un tal Marx y un tal Lenin que me iban a ajusticiar hasta a mí que era su amigo, aunque ancho y ajeno, claro.
Violaron cholas en mi internado inglés mientras yo me esforzaba en entender lo que era Paradise Lost, de Milton. Mi insomnio era curvilíneo y mi soñar despierto eran baches en los que, sin la pericia de Monterroso, yo caía lamentablemente. Quería enamorarme de una chola para redimir a mis amigos y sus pecados, modestamente, pero me enamoré de una suiza. ¿Aprender el himno de Suiza? Ella cantaba el himno de Francia, sin entenderlo, porque estudiaba en un colegio francés. ¿Aprender La Marsellesa? ¡Horror! Había un partido del pueblo llamado Alianza Popular Revolucionaria Americana, cuyo himno era la misma música de La Marsellesa pero con una letra que atacaba a mis padres, abuelos y toditititos sus amigos y conocidos. Como Monterroso era cholo blancón, y yo no le conté a la suiza el contenido de la maletera de mi padre, nos pasábamos la vida con él dando curvilíneos paseos por barrios de medio pelo y barrios completamente injustos. "



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