Historias de Valcanillo (fragmento)Tomás Salvador
Historias de Valcanillo (fragmento)

"Mis gentes también sufrían, especialmente el hambre. Hube de contemplar, llorando de pesar e impotencia, verdaderas batallas para la obtención de una piltrafa de carne o un mendrugo de pan; los hombres se volvían bestias, pisoteaban mujeres y niños y se abalanzaban en confuso montón sobre la comida peleando como fieras, hasta que el más hábil o fuerte escapaba llevando entre los dientes el objeto de la disputa. Después se avergonzaban y venían a mí solicitando mi perdón.
La columna perdía mucha gente, mujeres y niños especialmente, aunque también hombres en las disputas. Cada mañana dejábamos detrás tres o cuatro cadáveres, pero no por ello decrecía su contingente: nuevas aportaciones de cruzados se unían a la caravana..., sólo que eran hombres en su mayoría fuertes y decididos, con lo que mis penas aumentaban a medida que iban creciendo las peleas y los saqueos. Empecé a ser desbordado frecuentemente; me roía los puños de rabia y seguía sus pasos implorando su piedad y rogando su vuelta a la razón. Me hacían caso o no según su talante.
Son tan penosos para mí, hijo, estos recuerdos, que permíteme abrevie su conclusión. No podría si no es llorando lágrimas de sangre evocar aquellos recuerdos. ¡Fue horroroso; la muerte de mis ilusiones!
La Cruzada se volvió una horda de bribones andando de un lado para otro disputando, robando, violando. Los pueblos pequeños eran asaltados por los que habían gozado ya de los placeres de la destrucción. ¿Era preciso? Dicen que el río que fertiliza no sólo deja en sus márgenes limo fecundador, sino que también deposita fango. Es posible. Pero aquella no era la Cruzada fervorosa de gentes cantando y rezando que yo soñara. Fui cobarde. Para llegar a mi fin cerré los ojos a todo, tomé la decisión de no darme por enterado de nada, y me dejé llevar por la corriente. Una vez tomado mi partido, los audaces, creyendo contar con mi asenso, fueron los que realidad mandaron la Cruzada; prácticamente dejé de significar en sus filas y me convertí en un cruzado más, mezclándome entre ellos, y, como ellos, siguiendo las iniciativas de los más emprendedores.
Un día llegamos a una comarca extraña: una inmensa llanura verdeante poblada de pastores dueños de grandes rebaños. Hablaban una lengua por ninguno de nosotros entendida, pero eran afables y nos ayudaron. Pudimos haber enderezado nuestra conducta, y yo empezaba a recobrar mis esperanzas, cuando todo cambió de repente y nos fue hostil. Había sucedido una gran desgracia. Los cruzados de Pedro en marcha delante de nosotros habían hallado en su camino una ciudad, Semlin; pidieron alojamiento y comida, y ésta contestó cerrando sus puertas y llenando sus murallas de soldados. Desde la seguridad de sus almenas sus pobladores se burlaron de la harapienta muchedumbre, y cuando en su afán de conciliación el Ermitaño mandó una embajada a la fortaleza, ésta fue muerta y sus restos colgados de los adarves. Los cruzados, enardecidos, arremetieron inermes como iban contra la ciudad, y después de una lucha horripilante que costó ríos de sangre, pudieron abatir el puente levadizo y conquistar la fortaleza, entrando en el recinto amurallado a sangre y fuego. La hecatombe fue espantosa, sacrílega, como lucha entre hermanos, de cristianos contra cristianos. La vesánica furia de los cruzados sólo se calmó después de quince días de pillaje y asesinatos, abandonando entonces la ciudad entregada a las llamas. Aquel hecho repercutió hondamente en Europa entera; era la primera vez que los cruzados atacaban abiertamente y vencían a una ciudad fortificada. Mis hombres perdieron desde entonces la poca serenidad que conservaban, y la marcha de la Cruzada fue desde aquel instante la marcha de una columna de castigo donde se habían dado cita todos los pecados capitales. "



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