El corazón secreto del reloj (fragmento)Elias Canetti
El corazón secreto del reloj (fragmento)

"Amenazar con la propia muerte, uno de los medios de vida más importantes entre los hombres.
Alguien que piense mucho en la muerte no siempre podrá pasarla en silencio. ¿Cómo hará para no amenazar con ella? ¿Representarse una inmortalidad propia sin creer en ella? ¿Simular salud y fuerza en medio de la decrepitud? ¿Cómo se aparenta tener salud? ¿Cómo se finge la fuerza?
Buscar un trozo de Tierra sin nombre. No hay ninguno.
Lo que se narra a menudo empieza a recordar a Homero, porque es lo que se narró más a menudo.
Un hombre «moderno» nada tiene que añadir a la época moderna ya por el simple hecho de que no ha tenido nada que oponerle. Los adaptados se desprenden de la época muerta como piojos.
En las memorias personales hay muchas cosas que uno ha contado ya con frecuencia, que en el transcurso de los años han adquirido forma fija y se han modificado muy escasamente; se las podría llamar la tradición de una vida.
Hay otras en las que nunca se ha vuelto a pensar, que sólo son convocadas por el proceso de la escritura y en el momento en que uno las anota parecen tan vivas y recién pintadas que esa misma vivacidad hace dudar un poco de ellas. Sin embargo, aun en la duda uno sabe lo verdaderas que son, y es sólo la osadía y la irrevocabilidad con que se van abriendo paso lo que da pie a esa duda: ¿cómo puede algo en lo que nunca se pensó antes ser tan cierto en cada detalle?
Muchos esperan que uno manifieste la duda a la que tan poca razón da. Hay que decir que se ha dudado, aunque esto no tenga la menor importancia para el surgimiento del recuerdo. Pues éste aparece de improviso y con una seguridad absoluta, mientras que la duda sólo se presenta porque aquél se mostró tan seguro, un subproducto sin la menor incidencia, un incidente en el presupuesto energético, no ligado en forma alguna a la configuración del recuerdo.
Con frecuencia son precisamente los que creen saber qué habría que recordar quienes esperan que uno ponga el acento en la duda y se demore un poco más en ella, como si quien se explayara en las dudas fuera por ello mismo más veraz. En realidad no es sino más débil, y se anticipa a las dudas de los demás con las suyas propias. Lo que con este fin maquilla es la falsedad; no se atreve a salir al encuentro de los otros sin afeites, sin los afeites de la duda.
Despistar al niño divierte a los adultos. Lo consideran necesario, pero a la vez les hace gracia. Muy pronto caen los niños en la cuenta y practican ellos mismos el despiste.
Lo más contagioso de la Biblia: la alabanza concentrada en Dios.
Nada se sabe del futuro de un niño: de ahí que muchos padres intenten interesar a sus hijos por determinadas profesiones o actividades que les resulten familiares. Quieren poder prever algo más sobre su futuro. Cuando consiguen igualarlos a ellos, se imaginan saber lo que habrá de ocurrirles.
En realidad puede ocurrirles cualquier cosa, pues sobre las circunstancias externas en las que algún día vivirá el niño nada puede saberse.
La profecía es engaño malintencionado. El poder del profeta radica en la malevolencia. Todas las transgresiones lo llenan de envidia. No logra darlas por no ocurridas y de cada una de ellas cuelga una amenaza. A tantas transgresiones, tantas amenazas; por desgracia son más que suficientes. ¿Cabe imaginar algo más repugnante que un profeta?
Pero ¿por qué llamas engaño a los profetas? La obsesión del profeta es su legitimación, y sus amenazas las toma en serio.
El engaño reside en la fe en su vocación, empieza con el autoengaño. Pero en cuanto consigue audiencia, cualquier engaño que le procure más audiencia le parecerá bueno. Ha sucumbido a su propia voz admonitoria. "



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