La mendiga (fragmento)César Aira
La mendiga (fragmento)

"Orlandito tenía que trabajar, que ganarse la vida, como todo joven de su clase. Al menos así decía él, poniendo una buena dosis de ficción en el asunto. Su padrino era proletario, de acuerdo, pero su padre era un hombre acaudalado. Y curiosamente Piñeyro habría querido para su hijo un destino de artista, liberado de las necesidades; el chico, por espíritu de oposición, insistía en la necesidad. Y como todo joven de cualquier clase, era inconstante. Las esculturas en el taller no tardaron en cubrirse de polvo. Ese tipo de labores en gran escala es difícil de recomenzar cuando se pierde el ritmo; a un gesto sigue otro, se clava una varilla, se la cubre de tragacanto, a continuación hay que pegar el papel… Pero si entre una cosa y la otra han pasado semanas, sería rarísimo que saliera bien.
Así como hay gente a la que le basta escuchar una nota de música para que las células de su cuerpo se pongan a bailar, hay gente a la que le basta ver un volumen cualquiera, así pase muy rápido ante su percepción, para que todas y cada una de las células de su cuerpo se pongan a hacer escultura. Lo mismo sucede con las demás artes, hasta con los títeres. Claro que en este último caso hay una diferencia: como las células ya son títeres, hay una autorreferencia.
Consiguió empleo en la fábrica Suchard, que por ese entonces estaba en el barrio, en la Avenida Carabobo, justo donde ahora pasa la autopista. Trabajaba en un anexo, en el plateado de papeles para el envoltorio interno de los chocolates. Aunque poético, y en cierto modo interesante, era un trabajo ingrato, que lo extenuaba. Orlandito era un chico, y lo deprimía pasar todo el día encerrado en un sótano, entre cubas de nitrato y prensadoras que hacían un ruido descomunal. Su carácter cambió, y con él su visión del mundo. Tomaba una ideología proletaria, combativa. Después de todo, era el único en la familia que trabajaba: Pepe Nieves era un músico, un bohemio, vivía a salto de mata, sableaba a la vieja Rosa, a Piñeyro… Este último se pasaba el día en los cafés, compraba o vendía una propiedad cada seis meses, atendía algún proceso en los Tribunales con fantástica parsimonia…
El motivo por el que padre e hijo se habían separado era uno de esos dramas pasionales en sordina que pasan como relámpagos administrativos. Al nacer Orlandito, su madre abandonó al marido, se fue y nunca más la volvieron a ver. Piñeyro no quería saber nada con el chico; puso una mujer a cuidarlo, la mujer tuvo un asunto con Pepe Nieves, y cuando se marchó a su vez, Orlandito quedó gravitando en la órbita del acordeonista…
La noviecita le decía: Cuando aprendas a platear papeles, renuncia. ¡Como si fuera tan fácil! ¡Como si platear papeles sirviera para algo! ¿Querés que haga vacas cromadas? Tenía razón: el oficio no servía para nada, y aun así servía para algo: para vivir. La vida del trabajador, en la sociedad de consumo, sin dejar de ser tan triste y tan sacrificada como lo fue en la Edad Media, es muy rica temáticamente. Uno ve bajar del colectivo una fila de hombres todos iguales, y resulta que uno trabaja en una fábrica de champú, otro en el montaje de cámaras de video, otro en una imprenta de figuritas, otro instala aire acondicionado… A priori es imposible decirlo; a posteriori, da lo mismo. Nadie se hace rico trabajando de obrero. "



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