El pasajero. Advertencias utilísimas a la vida humana (fragmento)Cristóbal Suárez de Figueroa
El pasajero. Advertencias utilísimas a la vida humana (fragmento)

"MAESTRO. No paséis adelante os ruego, si no queréis sea la risa homicida del vivir. ¿Es posible no echase de ver ese señor ser finísimos chicolios los que en el billete iba pintando la pluma? Riesgo corríades notable si, por suerte, como se suele decir, os cayera en el chiste.
DOCTOR. Antes, al paso que entregaba al papel semejantes tolondrones, iban creciendo en su corazón tan grandes ímpetus de gozo, que le hacían descomponer, y decir, dando carcajadas de risa y juntando los hombros con las quijadas: “¡Superior, perfecto, bonísimo, a fe de caballero! Esto sí, y no lo pasado, que era todo tibieza, civilidad y grosería”. ¡Oh, cuántos discípulos de discreciones hace la calamidad, y cuántos catedráticos de necedades la riqueza! Nace este daño de tener creído casi todos los de aquella jerarquía desmerece no poco el singular por sangre y grado cuando se explica con lenguaje común, propio de la humilde plebe. Quisieran, según esto, hallar términos exquisitos para nombrar oscuramente las cosas más claras, por ser únicos en todo, y hasta en aquello no conformarse con el despreciado vulgo.
MAESTRO. Fuera bien tener para tales ocasiones secretarios capaces, así para proceder derechamente como para seguirles el humor cuando de ellos se apoderasen iguales frenesíes.
DOCTOR. Y ¡cómo que fuera! mas os prometo que son rarísimos los que pueden servir con satisfacción en tal ministerio. Conviene sean sus partes en extremo subidas de punto, científico (a lo menos, de letras humanas), discursivo, cuerdo, plático, experto, fiel, y que así con la presencia como con la pluma, sea el honor de su dueño, conservando su reputación y nombre con su prudencia y habilidad. Muchos conocen a los señores no más que por cartas, midiendo su talento y discreción sólo por el peso de las razones que ven escritas. Así, sería justo poner particular desvelo en elegirle cual conviene al descanso del señor y a los requisitos apuntados. Es bien verdad que tan acrisolados méritos le infundieran altivez; la altivez, la abominación al vos, y, sobre todo, a la cortedad y escasez que tienen por costumbre usar con los criados. De forma, que sólo a virreyes y otros grandes ministros es acertado servir en tales puestos; porque como acompañan al oficio aprovechamientos copiosos, enriquecen con brevedad, y no a costa de sus amos. Así que, volviendo a nuestro principal intento, podrá el billete que se enviare al requiebro ser expresivo de su afición, avisado, prudente, tierno. No haya corazón, ni flechazo que le atraviese, con alas ni cadenas, sino en todo una lisura agradable, una cordura cortesana, que atraiga, que mueva, que incline. Descubra en él humildad y sumisión, lejos de cualquier desvanecimiento y jatancia; que es odiosísima para con discretas. Tanto podría importar al recato y quietud de la dama no hallarse jamás rastro de lo que se escribe, que convendría valerse de algún secreto para disimular las letras, de modo que, aunque se encontrase el papel, quitase su blancura cualquier sospecha. Algunos, hallándose en honrosas y lícitas conversaciones, han manifestado su pasión con el medio de alguna novela, mudando los nombres y dándose a entender del todo con cifras, con alusiones y cosas así. También requiere singular advertencia el modo de enviar el billete, reparando sea la persona a quien se cometiere el cargo leal, astuta, prevenida, disimulada y suficiente para dar industriosa salida y color en ocasión de cualquier peligro. Siendo posible, sería más loable fuese el portador el mismo interesado; que hay descuidos cuidadosos, y mangas abiertas en buena sazón, y hasta frutas engañosas, que como en su preñez esconden guantes, sabrán ocultar papeles. Andar sobre aviso es importante, sobre todo, sin fiar de persona el secreto de su amor; ya que, descubierto a un amigo, aquél lo descubre a otro, y así va de amigo en amigo, haciéndose tan público, que peligra la fama de la servida, con gran detrimento de su honra.
DON LUIS. ¿Quién os parece deba ser primero en dar indicio de su amor: la mujer o el hombre?
DOCTOR. El hombre, sin duda, así por ser cosa más honesta como por hallarse dueño de más libertad. Toca a la dama la demostración de más gravedad y entereza, y el ser una y muchas veces rogada del galán; y esto basta cuanto a esta pregunta. "



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