Xanto, novelucha libre (fragmento)José Luis Zárate
Xanto, novelucha libre (fragmento)

"La ciudad ardía. Las llamas giraban sobre sí mismas, crepitando, hablando su idioma de fuego. El cielo estaba a punto de ser incendiado por el calor. Los automóviles habían decidido que era el momento de contribuir al caos general y estallaban elevándose como si algo gigantesco les hubiera dado una patada en la cajuela.
Los supervivientes no deseaban tener nada que ver con un incendio tan espléndido, y huyeron despavoridos sin detenerse a admirar los cuartos en llamas. En ellos parecía que se efectuaba un congreso de poltergeist flamígeros que destruían aquello que tocaban, y estaban dispuestos a tocarlo todo, saltando por las ventanas, bailando con el fuego y llamando a todas las puertas. Era un grupo con mucha iniciativa. Y aún así no se atrevían a entrometerse en territorios del Visitante, el ser de los mil ojos, devorador de mundos. El humo se desviaba para no tocar a ese ser, el calor prefería dejarle sitio al frío. El ojo del huracán de llamas, un sitio oscuro en donde reinaba su terrible morador.
Quienes huyeron no tenían, en ese instante, el don de la perspectiva. Según su punto de vista, el mundo se acababa en ese instante. Pero después de todo, viéndolo fríamente (que, por cierto, era la única forma en que podía verlo el Visitante: fría, calculadora, pragmáticamente) todo ese alboroto no era más que una ciudad arrasada. Unos pocos kilómetros en un mundo terriblemente ancho. Un buen inicio que no sería excelente hasta que el planeta entero estuviera envuelto en ese fuego purificador. De saber cómo hacerlo habría sonreído, feliz. Pero el Visitante estaba anatómicamente imposibilitado para ello.
La devastación era su territorio y el desastre su trono.
Pero algo, alguien, caminaba a su encuentro, una figura extraña aún en ese entorno. El calor infernal tal vez justificara que el hombre que se aventuraba en la tormenta de llamas tuviera el pecho descubierto, y la máscara podía ser un buen sistema para filtrar el aire sobrecalentado, y las botas plateadas daban el aspecto de estar hechas del incombustible amianto, pero… ¿qué decir de la magnífica capa que ondeaba detrás de él? Una capa que flameaba con suavidad, enmarcándolo heroicamente. Un hombre, sólo eso, sin armas, pero avanzando como si con él fuera más que suficiente para enfrentarse a algo cuyo poder era casi infinito. "



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