Érase una vez un hombre que amaba tanto a su mujerSirkka Turkka
Érase una vez un hombre que amaba tanto a su mujer

"Érase una vez un hombre que amaba tanto a su mujer
que no le quedaba energía para otra cosa.
Se le reventaron los zapatos, su abrigo se gastó hasta convertirse en gasa,
y los botones de la camisa volaban hacia el alto cielo
por el mero embate de su apasionado corazón.
Su mujer se vio demasiado apurada cuando la necesidad apremió,
la pobreza se salía por las ventanas, no funcionaba nada,
y el hombre no hacía otra cosa que amar.
Todo esto ocurrió en Rusia, a la luz de un quinqué,
en los días en que las gentes eran todavía ricas en nieve,
el vodka brillaba como un diamante en su copita mellada,
una rodaja de pepino era el centelleo de sueño,
y en la esquina del granero junto a la casa parroquial
un cascabel en la correa del perro sonaba como campanillas de
un trineo onírico.
Una noche de helada, caí en la cuenta:
los perros son las tartas del corazón, cálidos, alimenticios,
y en alguna parte en el fondo de mi pecho, como un canto rodado,
hay un fragmento de la Vieja Rusia, unas migajas de amor crucificado.
Los brillantes lazos giran serenos,
la esquina de la casa se está resquebrajando,
algo se está rompiendo aquí en el silencio.
Por alguna parte en la nieve un viejo árbol se está muriendo:
su corazón de madera no puede soportar semejante frío.
En la centellante noche Dios está durmiendo: es una vieja historia,
y a la luna se le puso ese aspecto de fin del mundo. "



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