Yalo (fragmento)Elias Khoury
Yalo (fragmento)

"Yalo tomó la decisión de no responder a ninguna de las preguntas que le hicieran en la caseta. Alzó los brazos y dejó que registraran la vivienda. Confiscaron el fusil metralleta, la pistola y una caja de municiones. También el abrigo negro y la linterna. Yalo esperaba callado. En la comisaría soltaría el bombazo y, en vez de contar sus incursiones en el bosque de los amantes, hablaría de Madame.
La vio como la viera por primera vez.
Llegó a la villa de Balune acompañando al señor Michel y se dirigió a su caseta para ducharse y ponerse ropa limpia y presentarse arriba. Allí vio a la mujer más hermosa con la que se hubiera topado en su vida. Randa, alta, morena, con el pelo corto y negro, un cuello esbelto y unos labios carnosos y gruesos, los ojos verdes. Al entrar la vio abrazada a su marido con los brazos desnudos. Al momento se dio cuenta de la presencia de Yalo y dio unos pasos atrás. Yalo sintió que las miradas de aquella mujer caían encima de él desde una gran altura, como si lo sobrevolaran para ejercer sobre él un absoluto control. Percibió la sonrisa que se escapaba por la comisura de sus labios seductores y se avergonzó porque notaba que las piernas le flaqueaban. Entonces cerró los ojos y se sentó en una silla. Pensó en levantarse rápidamente y marcharse de allí.
«Un momento, por favor», dijo Madame.
Yalo no sabía qué hacer cuando el señor Michel le invitó a sentarse. Se sentó en un mullido sofá rojo y vio desaparecer a Madame. Luego desapareció también el señor Michel. Yalo se quedó solo en aquel amplísimo salón repleto de iconos bizantinos.
Cuando el señor Salum y Madame Randa volvieron, ella se había tapado con una bata azul. Por debajo le sobresalía una falda, también azul, y llevaba en las manos una bandeja con café, tazas y una botella de coñac. Sirvió el café y el coñac y se lo ofreció a los hombres, luego tomó asiento. Cruzó las piernas dejando al descubierto las pantorrillas morenas. Yalo vio aquel final de sus piernas que se balanceaban al ritmo del humo del cigarrillo americano que aspiraba y espiraba llenando todo el aire del salón.
Yalo bebió el café y el coñac a toda prisa y se fue con el señor Michel a su caseta, donde el nuevo amo le indicó que su trabajo consistiría en vigilar la villa y velar por Madame y la hija de ambos. El señor Michel le ordenó que nunca mostrara las armas, ni de día ni de noche. Le pagaría un sueldo mensual de trescientos dólares americanos. La comida iba aparte y se la harían traer a la caseta desde la cocina de la villa. "



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