Indelenda (fragmento)Julián Granado
Indelenda (fragmento)

"Así me echaba yo hacia adelante para arengar a las masas, y así me inmortalizaban esas estatuas menores. Habían presidido plazas de la Revolución, asambleas provinciales y tribunales populares, antes de ser adquiridas por un americano coleccionista de leyendas en trance de extinción. Protegidas de la lluvia por un toldo cochambroso, les chorreaba el agua por el mentón y les goteaba de la perilla.
Ya les habían cambiado el nombre del Padre de la Patria a incontables institutos, granjas, embalses, avenidas, factorías o incluso accidentes geográficos. Derogaron la Constitución que yo había promulgado, y se atrevieron a sugerir incluso que el Partido del Trabajo fuese declarado ilegal. Pero jamás creí que se atrevieran conmigo, el alma en piedra de la lucha y la emancipación.
Siempre traté de inculcarles a mis sucesores que, precisamente porque lo amamos y conocemos, no entendemos que el pueblo sea tan inteligente como lo consideran las democracias capitalistas. Carece, por ejemplo, de la capacidad de abstracción precisa para comprender una revolución. Eso es algo que nunca conseguiremos imbuirles a las masas, nos resignamos a manejar sucedáneos que, paradójicamente, nos suministra una fuente denostada como la religión. Previa sustitución del concepto de divinidad por el de socialismo.
Poco importan los medios, con tal de que los cultos revolucionarios también se articulen alrededor de un centro litúrgico. Como el reguero humano que a cualquier hora del día esperaba su turno para visitarme. Penetraban por una portezuela bajo mi nuez, flanqueada por los dos soldados que montaban guardia a la altura de mis yugulares. Eran obreros y campesinos que peregrinaban una vez en la vida, para pasar bajo la sombra terrible del hombre que, sin embargo, mejor entendió las limitaciones de 2 su pueblo. Esa inepcia, irremediable como la tierra arisca de este pobre país, que tanto esfuerzo reclama para el parco fruto que devuelve.
Por entonces los labriegos que venían a verme olían a tierra, y los porqueros a cerdos y los metalúrgicos a grasa. Nadie disimulaba su origen ni condición. Las clases se habían abolido, el igualitarismo era el patrón a seguir, y la estética de la multiplicidad estaba prohibida. "



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