La casa herida (fragmento)Horst Krüger
La casa herida (fragmento)

"Toda su vida regresó en el tren de las dieciséis horas veintiún minutos. Siempre en el mismo vagón de segunda, siempre junto a la ventana del rincón si el asiento estaba libre y siempre con el maletín lleno de trabajo en la mano derecha, para enseñar con la izquierda el abono mensual que guardaba en un estuche de hojalata. Y nunca saltó del tren en marcha. Había alcanzado su meta, era un funcionario alemán y eso lo obligaba a prestar lealtad y fidelidad, sin importar que fuera a Noske o a Ebert, a Scheidemann o a Brüning, a Papen o a Hitler. Su cargo era su mundo, y el cielo, su esposa. Y, en esa época, ella estaba leyendo Mi lucha, era católica en cierta manera y, aunque solo por un tiempo, se hizo política.
No sé cómo era la vida en todas esas casas baratas, pequeñas y laberínticas antes de Hitler, pero imagino que no sería muy diferente a la nuestra. Nos levantábamos a las seis y media, nos lavábamos, desayunábamos con buena cara, íbamos al colegio, volvíamos a casa, comíamos en la cocina, subíamos a hacer los deberes con la ventana abierta y nos tentaba la vida, pero no había que levantar la vista del libro; a eso de las cuatro y media, llegaba papá y cada vez que llegaba teníamos la esperanza de que pasara algo —de que trajera algo de la ciudad—. Pero en casa nunca pasaba nada, todo era como siempre y siempre igual de ordenado. De no ser por las enfermedades de mi madre —unas enfermedades espléndidas y novelescas de una mujer llena de fantasía—, todos los días de mi niñez en Eichkamp habrían sido exactamente iguales, un único día de quince años en el que no habría pasado nada, sin altos ni bajos, alegrías ni penas. Quince años de obligaciones y sofocante neurosis obsesiva de un funcionario de bien. Por supuesto, lo peor eran los domingos. Había que levantarse tarde. "



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