El tercer paraíso (fragmento)Cristian Alarcón
El tercer paraíso (fragmento)

"Al final del camino de piedras, justo antes del precipicio, el jardín desborda como una ola inesperada. Detrás de su diseño caprichoso se impone un cielo azul brotado de nubes blancas.
Asusta lo inquietante del barranco bajo el que parece estar el mundo entero. Los rosales se encadenan sin pausa. Hacia los bordes crecen los pensamientos. Caminó en el laberinto como si se tratara de una pradera. Los amancay y las espuelas de caballero se mecen con el viento leve junto a las margaritas. Los lirios acosan a los narcisos amarillos. Las dalias bordaron y el carmín estalló en pleno ardor. A pesar de las nubes, la luz se cuela en todos los rincones, horizontal y penetrante, dando en estigmas, pétalos y filamentos; pegando en mi cara, en mis brazos, en mi cuello, en mis orejas, en mis manos. A medida que me toca, siento como la piel se hincha y adquiere el rojo de una insolación.
Busco la sombra de los cipreses alineados en el borde de las tumbas; altísimos y tupidos, custodian las cruces y las flores. Bajo ellos han dispuesto bancos hechos con viejos durmientes para los deudos transidos de dolor. Me reconozco entre ellos, me recuerdo en esas romerías de centenares trepando el sinuoso camino que conduce hasta aquí. Cuando murió mi abuela Alba, llevaba crisantemos en las manos. Cuando murió mi abuelo Elías, arrojé un ramo de junquillos violetas al foso oscuro recién cavado en el que aparecía el ataúd de ella sepultada veinte años antes. A los entierros de mis abuelos paternos, Bautista y Helga, no llegué a tiempo.
Desde el promontorio, el pueblo de mis ancestros. Mirar la belleza cordillerana de Daglipulli es difícil: se lo divisa haciendo el esfuerzo de inclinar el cuerpo a unos noventa grados justo en la franja de ligustrinas dispuestas como cerco para suicidas. El que quiera saltar al vacío debe volar sobre ellas con el arrojo de un clavadista.
Después del mirador un leve llano con sembrados, una barraca, un camión, las casas de madera a dos aguas cada vez más cercanas unas a las otras, la elegancia de las tejas vencidas, el brillo de los techos de chapa. El humo de las chimeneas elevándose aquí y allá en pequeños cúmulus.
Aquí nací. En el borde de la pila de esa plaza aprendí a caminar. En aquella pampa admiré a los trapecistas del circo Águilas Humanas. En la aldea campesina que se ve donde el dibujo urbano termina supe lo que era cultivar, regar, podar y cosechar flores para armar ramos que adornen el centro de una mesa. Aquí estoy para comprender un misterio que ignoro. Aquí admiro este jardín. Aquí extraño mi propio paraíso. "



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